lunes, octubre 08, 2007

Serafin Fanjul, En vela por el velo

martes 9 de octubre de 2007
Rio Cabe
En vela por el velo
Una criatura con pañoleta es un gueto que camina, encerrada bajo la tela, prohibida para el mundo exterior a su taifa y con un futuro predeterminado por la familia y por los caletres más o menos barbados que controlan a su gente.

Serafín Fanjul

No es un fenómeno nuevo, ni siquiera en Europa: la vestimenta, y en especial aquellas prendas que cubren o modifican el aspecto de la cabeza, acapara un fuerte sentido simbólico. Peinados, cintas, diademas, cofias, pasadores, redecillas, sombreros y toda la amplia gama de cubrecabezas que existe (o su ausencia) no sólo desempeñan una función práctica de proteger de los rigores climáticos; seguramente su finalidad primordial es marcar el status, la pertenencia de grupo, la clase social o económica del individuo dentro de la comunidad, o en relación a otras, etc. Y paradójicamente los musulmanes, por mucho que intenten pasar por diferentes y apartarse de los demás seres humanos, no difieren de nadie en estos rasgos básicos de comportamiento: también ellos dan valor determinante al tocado. Al tratarse de una sociedad hermética y fuertemente represiva, los miembros de la misma se ven impelidos, más que los de otras, a manifestar su filiación mediante esta clase de signos externos.
El conflicto en una escuela de Gerona, en que una niña de ocho años ha decidido libremente –según refieren humorísticamente los medios de comunicación– encasquetarse la pañoleta llamada "islámica", no es nada nuevo. Tampoco en España. Hace unos años, en Madrid –en El Escorial– el señor Ruiz Gallardón, ante un caso idéntico, se pronunció (con iguales resultados) contra la comunidad que menos le iba a dar la lata y a perturbar el engorde de su carrera política, es decir la española y –más o menos– cristiana. La niña mora – que, como es natural, también elegía libremente–, su parentela y hasta los funcionarios marroquíes que pululaban por delante y por detrás del negocio se salieron con la suya y el supuesto Estado de Derecho español, las normativas escolares y hasta las posibilidades de integración de la muchacha sufrieron un serio descalabro. Pero a Ruiz Gallardón tales futesas "le traían al pairo", como dicen sus amigos del PSOE en alarde de buenos conocedores de nuestra lengua.
Y decimos "decidió contra la comunidad española" y no a favor del multiculturalismo y la libertad porque eso fue lo que, de hecho, sucedió: perjudicó a la convivencia a medio plazo entre grupos religiosos ahondando la diferenciación entre esa niña y sus compañeros inmediatos y entre cuantas la sigan y los suyos. Ahora, en Gerona. Porque una criatura con pañoleta es un gueto que camina, encerrada bajo la tela, prohibida para el mundo exterior a su taifa y con un futuro predeterminado por la familia y por los caletres más o menos barbados que controlan a su gente. En muchos lugares de España está ocurriendo lo mismo. Eso sí: sin publicidad.
Por lo común, los poderes públicos –en Madrid, Cataluña o Andalucía, todos iguales– optan por la solución más cómoda a corto plazo, la más cobarde, la que más dañará a la interesada y a la sociedad que la acoge, cuando la bola –y no precisamente de nieve– haya adquirido tales dimensiones que impida la adopción de medidas razonables y una salida racional. Pero habrá que salir de estos abusos, no les quepa duda. ¿Alguien exigirá entonces cuentas a todos estos irresponsables y oportunistas? Ya veremos.
Los musulmanes aducen para imponer la norma represiva, entre otros, un pasaje del Corán ("¡Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se cubran con el manto. Es lo mejor para que se las distinga y no sean molestadas", Corán, 33.59), pero la costumbre de cubrir la cabeza, o tapar la cara, no es un invento de Mahoma ni del Corán: en el Antiguo Oriente Medio, en Bizancio y más allá seguían la práctica mujeres (y hombres) por razones diversas largas de explicar, como señalábamos más arriba, pero en casi todos los casos su finalidad era la misma: aislar y separar.
Por ello, se digiere mal que los políticos e innúmeros periodistas –más atentos a la imagen buenista por ellos creada que a la opinión de la mayoría de los españoles: pregunten y verán– estén defendiendo con frivolidad suicida el aislamiento y marginación de las niñas y jovencitas musulmanas (las adultas que hagan lo que quieran, si realmente lo quieren). Todo el esfuerzo, riesgos físicos y calamidades varias sufridos por muchas musulmanas a lo largo de un siglo para liberarse de velos, pañoletas y capuchones, echado a perder: el salto atrás, aunque no irreversible, es dramático. Enhorabuena para los sabios prebostes catalanes o madrileños. Que la Iglesia y su cohorte de meapilas de guardia transiten por el mismo camino no más recuerda aquello de las barbas peladas del vecino: ¿temen que arrecie la campaña anticatólica organizada por PSOE, IU y demás pandilla, también en el campo de los símbolos? Desvarían si piensan que van a salvar sus crucifijos e Inmaculadas defendiendo la pañoleta contra las moras.
Un último aspecto, a vuela pluma, del incidente gerundense es la chistosa preocupación de la Generalidad catalana por preservar la pluralidad cultural, multicultural y ultracultural. En una región donde se impide a la mitad de los niños estudiar en su lengua materna y se les persigue en el recreo, mediante delaciones policíacas, para que no hablen como sus padres, resulta que los gerifaltes del lugar, en rasgo de humor inigualable, imponen, por encima de su condición de ser humano, la pañoleta a una chiquita, en aras de aquello de las peculiaridades que, por cierto, sí que son un asunto discutido y discutible. Toreros.

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