miércoles, octubre 10, 2007

¿Se acabó la pasta?

jueves 11 de octubre de 2007
¿Se acabó la pasta?
La fiesta ha terminado. Esa es la principal conclusión de la extraña crisis de las «hipotecas basura». Ya tiene su gracia que un jubilado de Móstoles se pueda ver afectado negativamente por el hecho de que un señor de Springfield (Illinois, USA) deje de pagar sus créditos, pero la globalización es así. Bueno, la globalización y, sobre todo, la ingeniería financiera. El banco que le dio el préstamo a ese desconocido ciudadano estadounidense transformó esa deuda en un título negociable, que, después de pasar por cincuenta manos diferentes terminó en el fondo de inversión en el que ha metido sus ahorros el humilde pensionista de nuestro ejemplo, en la carpeta de renta fija, que, como se ha visto ahora, no siempre es sinónimo de seguridad.
Ese es uno de los efectos concretos; de forma un poco más abstracta, la crisis ha sembrado la duda entre las entidades financieras, que tradicionalmente, aunque no se tengan demasiado cariño, se prestan el dinero unas a otras. Al igual que la energía, la pasta -que diría Alfredo Sáenz, vicepresidente del Santander- ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma. Cambia de manos. A unos bancos les sobra -ellos sabrán por qué-, así que se la dejan a los que andan escasos de efectivo.
Ahora, sin embargo, las entidades se miran de reojo, porque no saben hasta qué punto el vecino se ha pillado los dedos entrando en el juego de los productos financieros imaginativos, como las hipotecas titulizadas. Y, como consecuencia de ello, el grifo del dinero se ha cerrado. Se acabó esa extraordinaria liquidez que ha permitido financiar las operaciones empresariales más insospechadas.
Sin embargo, en estos tiempos en los que se duda de todo quedan aún en España referentes financieros capaces de generar confianza entre los ciudadanos. Santander y La Caixa son dos ejemplos. Entre ambos han sido capaces de colocar en el mercado 10.500 millones de euros en bonos convertibles (el Santander) y en acciones de su corporación industrial (La Caixa). La conclusión es que todavía hay dinero. Lo que pasa es que quienes lo tienen no se fían de cualquiera.

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