domingo, octubre 07, 2007

Pio Moa, La retorica del gansterismo politico

La retórica del gangsterismo político
7 de Octubre de 2007 - 14:24:03 - Pío Moa

“Maragall aclaró su postura el 30 de enero ante el Parlamento catalán. Calificó de “bienintencionado e ingenuo” el “gesto” de Carod de entrevistarse con los jefes etarras. El “error” no habría consistido en haber atacado los principios democráticos y el estado de derecho, sino en haber dado a Aznar, entonces presidente del país, “la posibilidad de traer al centro del escenario político su visión patética, corta y miserable de las Españas”. El desenvuelto Maragall comparó la “ingenuidad” de Carod con la achacada otrora al filósofo Hume, nada menos: “Pero ¿saben lo que les digo? Que prefiero las buenas intenciones de Carod a la pasividad de estos ocho años pasados”. Él, insistió, prefería aquella ingenuidad y buena intención, porque había mostrado “al pueblo de Cataluña” cómo los dos nacionalismos conservadores (CiU y el PP) “nos están negando el final de ETA y la paz”, pues quieren “mantener a ETA viva como un espantajo para justificar el inmovilismo político”.

Hace falta toda la canallesca indecencia de un demagogo tercermundista para acusar al PP de “pasividad” y de “mantener a ETA viva” cuando, entre otras cosas, el gobierno de Aznar había empujado a la ETA a la peor situación de su historia. El sentido de la infamia es el mismo de Ibarreche: la manera de acabar con el grupo asesino es ceder a su chantaje, ceder a sus exigencias… en las cuales coinciden todos. Así se lograría “la paz”.

Y después de este canto a la fechoría carodiana, a Maragall le entró un ataque de rigor antiterrorista: dando por hecho que el gobierno podía haber detenido a los jefes etarras en Perpiñán, se preguntó por qué no lo había hecho. Presa de santa indignación, amenazó a Aznar: “El gobierno de Cataluña está estudiando la situación desde el punto de vista legal, jurídico, por si hubiera responsabilidades políticas y no solo políticas, y para distinguir cuál es el camino más oportuno para oponerse a tales rupturas de las normas de conducta de la política democrática”. Porque “no se pueden aprovechar las buenas intenciones de un miembro del gobierno catalán para poner en peligro el dispositivo antiterrorista y rebañar unos cuantos votos. Y si no se pueden encontrar responsabilidades, denunciaremos políticamente la manipulación que hace Aznar de los sentimientos en beneficio propio”.

Tal maestría en retorcer los hechos solo sorprenderá a quien ignore el discurso separatista, pero ya Azaña conoció y deploró esas destrezas, dejando constancia de ellas en sus diarios. Maragall, pues, coincidía con Carod. Nada de “deslealtades”. Y Zapatero miró a otro lado. La cita clandestina del jefe del gobierno catalán en funciones con los pistoleros estaba muy justificada. El error, la “ingenuidad”, insistió, residía en no haber previsto la “antidemocrática manipulación” del PP, un partido indecente que osaba denunciar el contubernio con el fin inadmisible de debilitar al gobierno autonómico y a los socialistas. Por esto y por no haber arrestado a los etarras (¿y a Carod también?), la culpa recaía sobre el gobierno de la nación.

De inmediato el TNV y el PNV aportaron su voz a la campaña. Un jefe sabiniano, Imaz, clamó contra la “inaceptable” vigilancia de los servicios de seguridad del estado a Carod, “una persona democrática”. Tan democrática como el propio Imaz, sin duda. Otro sabiniano, Anasagasti, remachó con su habitual y venenosa mala fe: “¿O es que están esperando a que haya un atentado que les venga bien en campaña electoral? Porque un atentado de ETA en este momento le daría la mayoría absoluta al PP y ellos lo saben”. Argumento impecable: por eso, para facilitar la victoria absoluta del PP, saboteaba el PNV los esfuerzos antiterroristas del estado, inhibía a la policía autonómica y desafiaba las decisiones judiciales contra Batasuna, el sector político del pistolerismo.

El grupo separatista EA tampoco se anduvo por las ramas. Con sus vigilancias el gobierno había “vulnerado los derechos fundamentales de los ciudadanos” y debía “pedir perdón” al señor Carod. Siempre tan devotos todos ellos de “los derechos ciudadanos”. Lo mismo vino a decir Otegui. Los comunistas (Izquierda Unida), no menos demócratas, unieron sus voces al coro: Madrazo acusó al gobierno de preparar “una operación de sabotaje contra el gobierno de izquierdas y catalanista” utilizando “los servicios secretos en beneficio propio”.

A continuación vinieron los socialistas. Zapatero y Pachi López coincidieron en que “alguien tiene que dar explicaciones de por qué no se detuvo a Josu Ternera y a Mikel Antza”, y de por qué la reunión “no se ha utilizado para la lucha antiterrorista y sí para crear un conflicto político en Cataluña y para atacar al PSOE”. Todos denunciaban la desidia del PP, como si Carod hubiera montado la reunión con los dialogantes etarras solo para dar a la policía la oportunidad de capturarlos y el gobierno, en cambio, la hubiera aprovechado para perseguir al honorable, ingenuo y humanitario conseller en cap. ¡Cuánta injusticia!

La algarabía buscaba desviar la atención pública de la indudable y mafiosa charla de Perpiñán hacia la suposición de que el gobierno podía haber detenido a los interlocutores de Carod. Incluso se inventaron vídeos de la reunión supuestamente grabados por la policía o los servicios secretos. Acebes, ministro del Interior, advirtió razonablemente que no podía divulgar datos solo beneficiarían a los terroristas, y que sin duda la policía habría detenido a los etarras de haber podido. Afirmación, la última, respaldada por una ejecutoria antiterrorista de los gobiernos del PP indudablemente muy superior a la de los gobiernos anteriores (a eso llamaba “pasividad” Maragall). Ejecutoria dentro de la ley, ajena a las ilegalidades practicadas por el PSOE en su época de gobierno… sin que Zapatero, Maragall ni Pachi López hubieran protestado contra ellas, casualmente.

La habilidad de la izquierda y los separatistas para presentar el mundo al revés podrá parecer a algunos un alarde de destreza dialéctica y parlamentaria, pero su verdadero nombre es demagogia, corrupción de la democracia: lo que se ha hecho habitual en “Euskadi” y, cada vez más, en Cataluña, y se extendería por toda España.

(“Contra la balcanización de España”)

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¿Por qué atacan tanto a Aznar? Precisamente para intimidar a Rajoy, que ya ha empezado a darles la razón con lo del derrocamiento de Sadam.

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