lunes, octubre 22, 2007

Maria Maizkurrena, Alzeheimer

Alzheimer
23.10.2007 -
MARÍA MAIZKURRENA m

Entre los nombres famosos que se relacionan con la enfermedad de Alzheimer, el último de una larga lista es el de Pasqual Maragall. El primero, claro está, es el del propio Alzheimer. Alois Alzheimer, como médico e investigador, pasó bastante tiempo en el jovial ambiente de los hospitales psiquiátricos y de los laboratorios de anatomía patológica, dedicado a esas actividades tan agradables a las que se dedicaban (aún lo hacen) los sabios especializados en neurología; por ejemplo, trocear cerebros y examinarlos al microscopio. En 1906, Alois Alzheimer describió por primera vez la enfermedad que lleva su nombre. La había observado en una paciente de 51 años llamada Augusta D. Luego tuvo ocasión de observar el cerebro de Augusta D. Ahora, Pasqual Maragall nos sorprende haciendo saber al público que padece la temida dolencia y que se prepara para luchar con buen ánimo. Un anuncio así produce miedo y gratitud. Miedo porque la enfermedad da miedo y se nos aparece y se nos anuncia con el paciente que se presenta como tal. El animoso personaje se coloca ante el micrófono, y vemos detrás al ángel terrible. Ya ha caído otra vez la maldita bomba biológica, nos decimos. Esta vez no nos ha pillado, pero quién sabe, la próxima... Sentimos también gratitud hacia quien se enfrenta al futuro con valor, dispuesto a luchar por sí mismo y por todos. La investigación va dando sus frutos, y existen hoy varios fármacos que ofrecen más esperanza a los enfermos de la que tuvieron (o mejor, no tuvieron) otros enfermos, anónimos o famosos, destruidos hace pocos años, como Ronald Reagan o la escritora británica Iris Murdoch. En fin, tanto a Reagan como a Murdoch les permitió la enfermedad vivir una vida cumplida antes de llamar a la puerta, pero esta minuciosa destrucción de la memoria y la personalidad en que consiste el Alzheimer no deja de ser odiosa para cualquier ser humano, acaso más aún para quien la observa que para quien la padece. El caso de Iris Murdoch es especialmente doloroso, pues equivale a contemplar la destrucción de una de las mentes más preclaras que dio la cultura británica de su tiempo y, además, para que no nos perdamos detalle, hay varios libros y hasta una película sobre su final. El escritor argentino Rodrigo Fresán es muy crítico con el uso publicitario que se ha hecho de la figura de Iris Murdoch, y de su viudo, John Bailey, dice que contribuyó a ello «con la escritura progresivamente patológica de tres libros en principio bien intencionados y cada vez más obscenos». Hay un límite pasado el cual la divulgación bienintencionada se convierte, efectivamente, en exhibición obscena. Yo no he leído esos libros, ni pienso hacerlo. Creo que es mejor leer a Iris Murdoch.

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