lunes, octubre 22, 2007

Lorenzo Contreras, Un escarmentado de la Guerra Civil

martes 23 de octubre de 2007
Un escarmentado de la Guerra Civil Lorenzo Contreras

Hoy hace treinta años que Josep Tarradellas, presidente de la Generalitat en el exilio y luego, ya en Cataluña, presidente de la Generalitat provisional por designio real, culminó un destierro de casi cuarenta años. Fue autor de la famosa frase, pronunciada desde el balcón principal del Palau de la Generalitat, “ja soc aquí”, constatación de que sus sueños se habían cumplido y ya estaba otra vez en su tierra. Desde fuera, al contemplar sus gestos a través de contactos personales que los periodistas pudimos mantener con él en aquellos tiempos del retorno, Tarradellas nunca dio signos de revanchismo. Era más bien un glorioso escarmentado de la Guerra Civil y una viva estampa de la sensatez. Olfateaba, y el tiempo le va dando póstumamente la razón, que una situación precaria y conflictiva podía instalarse en España y, por consiguiente, también en Cataluña. Poco después de su regreso logró hacerse con la benevolencia de los militares, sobre todo a través del entonces capitán general de Cataluña, Coloma Gallegos. Los militares eran a la sazón el gran peligro.
Tarradellas fue un republicano liberal legítimo, “fetén” y nada oportunista. Cuando se intenta establecer un parangón entre don Josep y Carod-Rovira, líder hoy de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), la conclusión es que no hay color comparativo, siempre a favor del primero. La desgracia para Tarradellas, y para España, fue la avanzada edad del político devuelto a sus lares por la marea del tiempo y de la historia. Aquel sentido común que pulsaba las posibilidades de la gran avenencia y también de los riesgos dictados por la falta de experiencia y buena voluntad de los llamados a ocupar su espacio, ha hecho del recuerdo de Tarradellas la memoria de una nostalgia. Demostró una alta capacidad de prudencia y olvido respecto a los enemigos de antaño, y simultáneamente, una enorme desconfianza frente a sus eventuales rivales internos del nacionalismo catalán, especialmente frente a Jordi Pujol. Más que intuir, daba la sensación de que abrigaba la certeza de que “las cosas” podían estropearse. Y, por supuesto, se han estropeado y van camino de empeorar más todavía.
Pocas veces un político del exilio, en aquellos años, dio más cabalmente la medida de lo que es saber pasar página. Durante una cena en el restaurante Mayte Commodore con los periodistas que entonces integrábamos el “Club Blanco White”, se le preguntó qué opinión valorativa guardaba del general Franco. Giró la cabeza hacia el preguntador y respondió más o menos, pero con palabras en conjunto inolvidables, al menos para quien estas líneas suscribe: “Mire vustet: yo hice el servicio militar en Melilla, en los tiempos de la Guerra de África; y cuando hacíamos salidas en descubierta, respirábamos aliviados si nos mandaba el comandante Franco, pues siempre regresábamos con menos bajas”.
O sea, para Tarradellas, lo cortés no quitaba lo valiente, y los cuarenta años de exilio no habían cercenado su espíritu de objetividad. El dictador era el dictador y el militar era el militar.
Cuando la oleada de los años va depurando la calidad de los efectivos políticos y se repara en la mediocridad de los gobernantes actuales, personajes de la estirpe de Tarradellas, y de tantos otros, incluso en medio de sus innegables errores, ofrecen una imagen dolorosa. Ahora que un tal Zapatero pretende devolvernos a un pasado que Tarradellas dio la impresión de querer superar, surge la oportunidad de rasgarse con bastante razón las vestiduras. El cuaderno de bitácora del actual regidor de nuestros destinos promete llegar a ser una lamentable antología de incorrecciones de rumbo. Este personaje escribe menos la historia (con todas sus memorias) que la retrohistoria.

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