miércoles, octubre 10, 2007

Jose Maria Alvarez del Manzano, La Monarquia

miercoles 10 de octubre de 2007
La Monarquía
JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ DEL MANZANO y LÓPEZ DEL HIERRO
DESDE hace algún tiempo, y en relación a la Institución Monárquica, se viene diciendo que «no soy monárquico, soy Juancarlista», salvando, se cree así, el respeto al Rey en su dimensión personal, pero no como cabeza de la Institución.
Es la Monarquía un sistema político o una forma de gobierno, que para muchos está periclitada. No se comprenden los tiempos modernos con una Institución añeja y con unas «reglas de juego» que se entienden propias del pasado.
Los últimos acontecimientos acaecidos en España -quemas de las efigies de los Reyes entre otros, impulsados por los radicalismos independentistas- sitúan el debate sobre la realidad actual de la Monarquía, y sobre la verdadera importancia que puede tener una Institución centenaria en un régimen democrático moderno.
Se habla, pues, de la crisis de las Monarquías en el conjunto de países que se rigen por ella, y que se ha acentuando en los años más recientes, con el comportamiento de las personas que encarnan la Institución.
La levedad e irresponsabilidad de los que difunden de alguna manera las anécdotas de las Casas Reales -programas basura- como si éstas incidencias, tristes en muchas ocasiones, -Casa Real Inglesa y Princesa Diana por ejemplo- fueran lo único noticiable de la Monarquía.
Todas estas cuestiones dan pie a que pueda pensarse que son las Monarquías Instituciones del pasado.
En realidad, en aquellos países europeos donde perviven las Monarquías, con todas las anécdotas personales que se quieran, se consolida la democracia, porque la Institución ha sabido adaptarse a la realidad actual.
Y si eso es verdad, insisto especialmente en Europa, lo es de modo notable en España.
Si presumimos, con razón, de nuestra transición política y destacamos la figura de Adolfo Suárez -a quien debemos gratitud y felicitación, no sólo por su setenta y cinco aniversario y que Dios le guarde y ayude muchos años- no podemos olvidar que fue posible por el soporte que la Monarquía prestó a la evolución política.
Que un grupo de desarrapados -protegidos por una clase política irresponsable al no desautorizarlos públicamente y por un sistema penal mejorable- ponga en cuestión la única Institución que nos asegura la unidad de todos los españoles, no debiera admitirse.
La Corona, por encima de las personas que la encarnan, por muy respetables que sean -y en nuestra Nación lo son en grado sumo- imprime una estabilidad al país que no le pueden ofrecer las distintas banderas políticas.
Una Monarquía como la nuestra, en que las Personas Reales viven cerca de su pueblo participando en alegrías y tristezas, -estos días mismos, son ejemplo de solidaridad con las victimas caídas en cumplimiento de su deber- es la mejor representación de España ante el mundo. Ha sabido consolidar la Democracia, es la garantía de la libertad de los ciudadanos, y tiene que ser el eslabón que impida que las tendencias separatistas logren sus propósitos.
Poner todo esto en cuestión, es una grave irresponsabilidad que no debemos permitir.
Ni lo puede tolerar un Gobierno, alentando con sus pactos a los independentistas, ni lo puede admitir un Parlamento que ha de legislar para evitar el deterioro de la Institución, ni lo puede asumir una sociedad escudándose, una vez más, en la actitud pasiva -pasota- de no meterse en líos.
Y desde luego, y por encima de todo, no lo pueden admitir las Personas Reales que con su prestigio y buen hacer son ejemplo para la convivencia de todos los españoles.

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