viernes, octubre 19, 2007

Ignacio Camacho, Fuego amigo

sabado 20 de octubre de 2007
Fuego amigo

IGNACIO CAMACHO
DESDE que Churchill sentenció aquello de que los adversarios están en frente y los enemigos al lado, es de conocimiento común que en política el mayor peligro proviene siempre de la propia retaguardia. El que te la va a clavar suele ser uno de los tuyos, y a la menor oportunidad que te muestres desatento te deja la daga metida hasta el fondo en el quinto intercostal. Se trata de una siniestra ley de aplicación universal, sin distingos de ideologías ni de escalas, porque da igual que se trate de un cargo público de relieve, una poltrona mediana o un puestecillo orgánico de infantería: siempre hay alguien al que le conviene ocuparlo o cuya ambición no conoce jerarquías. De vez en cuando, además, la víctima coincide en el centro de un eje de conspiraciones cruzadas; entonces lo suelen dejar como a Julio César, cosido a puñaladas al pie de la estatua de su más conspicuo enemigo.
Esto es lo que le ha ocurrido a ese socialista valenciano, Joan Ignasi Pla, atrapado en una encrucijada de lo que ahora se conoce como fuego amigo. El hombre no es precisamente un Adenauer, sino más bien un mediocre coleccionista de derrotas, ni ocupa un cargo de deslumbrante poder, al frente de la oposición a una mayoría absolutísima del PP que él ha contribuido a engordar con sus reiterados fracasos. Pero se le han cruzado las coordenadas de un grupo mediático herido en su orgullo y necesitado de exhibir su potencia de fuego, por un lado, y por el otro las de los tradicionales descontentos dispuestos a acelerar por su cuenta el curso de los hechos. Si tuviese el techo de cristal quizá no hubiera ofrecido fisuras, pero he aquí que se le había olvidado pagar la cuenta de un constructor aficionado a hacer depósitos en el banco de favores. Era el blanco perfecto: fácil, poco comprometido y desatrincherado. Como jugar a los barquitos; tocado y hundido.
A Rafael Escuredo también le cazaron por el mismo procedimiento hace veinte años largos, cuando era presidente de Andalucía y se las tenía tiesas con Guerra y González en el esplendor de su gloria. Hombre correoso y político bragado, los suyos lo acorralaron primero, lo aislaron más tarde y lo derribaron después filtrando un asuntillo de un chalé y una constructora, casualmente en el mismo medio de comunicación que le ha hecho a Pla un torrefactado express. El valenciano es pieza de caza menor, pero estaba en el sitio inadecuado en el momento menos oportuno. El disparo que lo ha abatido es una advertencia de poderío de gente muy seria a la que no le gusta que la ninguneen, y tiene efectos colaterales sobre la probable candidatura de la vicepresidenta Fernández de la Vega, que ahora tendrá que aterrizar sobre un rastrojal quemado. No hay que tener muchas luces para advertir que se trata de un mensaje destinado a la Moncloa.
Ya políticamente difunto, liquidado en un blitz tan rápido como sencillo, el pobre Pla ha dado elegantemente las gracias al PP por no hacer sangre de su defenestración. En realidad, Camps y los suyos no necesitaban ensañarse: no eran más que sus adversarios.

No hay comentarios: