miércoles, octubre 17, 2007

Ignacio Camacho, El tocapelotas

jueves 18 de octubre de 2007
El tocapelotas

IGNACIO CAMACHO
EN una política desierta de talento, deshabitada de liderazgo, huérfana de personalidad, vacante de carisma y apagada de brillos, cualquier tipo mediocre y anodino puede sentirse protagonista encaramado a la cúpula de su más alto nivel de incompetencia, en virtud de la extraña eficacia que el principio de Peter adquiere en esta escena pública demediada y empobrecida. Basta ver la sobrada arrogancia, la insolencia desafiante de un Carod-Rovira encantado de su papel de tocapelotas -torracollons- alzado sobre el encogimiento pusilánime de una clase dirigente apocada y medrosa, para darse cuenta de hasta qué punto el fulanismo ha adquirido en nuestra dirigencia la desproporcionada cuota de una predominancia preocupante.
Consentido, enchulado y hasta temido por una nomenclatura timorata incapaz de ponerlo en su sitio -cuando no proclive, como Maragall, a reírle las gracietas y sobrevalorarle su supuesta inteligencia política-, Carod ha asumido con gusto el papel de bestia negra del españolismo que durante una década y media se arrogó en exclusiva el bronco, áspero y desagradable Arzalluz. Como en su tiempo el italiano filofascista Umberto Bossi, desde esa plataforma de presunto enfant terrible que nadie se atreve a cuestionar por temor al valor aritmético de su puñado de votos en la subasta del poder, administra con medido énfasis provocador el victimismo y la susceptibilidad de una parte de la sociedad catalana para profundizar con eficacia en la zanja del distanciamiento y la fatiga mutua, ahondando el desencuentro para favorecer la lejanía sentimental que conviene a sus intereses secesionistas. Y lo mismo se erige en portavoz de un rampante catalanismo con el que arrolla el menguado coraje de un Montilla secuestrado como un rehén político, que se engalla en la televisión con cualquier ciudadano de Valladolid para corregirle con pendenciera impertinencia -«me llamo Josep Lluís aquí y en China»- la pronunciación de su nombre de pila.
Aquí y en China, un político como Carod-Rovira sólo debería merecer el juicio despectivo, castizo y no poco engreído que le dedicó Felipe González: «No es más tonto porque no se entrena». Aquí y en China, los políticos como Carod-Rovira son excrecencias de un sistema en declive que permite en su degradación el florecimiento ensoberbecido de osadas medianías encumbradas por la ausencia de talla moral y valía cívica en las que confrontarse. Aquí y en China, una clase política sólida y competente, consistente y capaz, reduciría el maniobrero tacticismo de estos oportunistas y los espejaría en la muy respetable dimensión de concejales de pueblo. Aquí y en China, unos gobernantes con principios habrían fulminado para siempre de la escena a un tipo capaz de irse a tomar café por su cuenta -¿por su cuenta?- con el jefe de los terroristas durante el ejercicio oficial de un alto cargo público. Pero claro, ni aquí ni en China, ni desde luego en ninguna potencia occidental democrática, suele ser normal que el designio ventajista de un outsider marginal se convierta en la bitácora que guíe la hoja de ruta de todo un presidente del Gobierno. Que sí se entrena y además se fotografía haciéndolo.

No hay comentarios: