domingo, octubre 07, 2007

Iñaki Ezkerra, Jose Mari

José Mari
08.10.2007 -
IÑAKI EZKERRA i.ezkerra@diario-elcorreo.com

Para hacer este artículo me topo con una dificultad en la que reside su misma esencia. No sé cómo explicar quién era José Mari a quien no lo conociera. No sé cómo decir que su muerte ha sido algo muy importante; algo tristemente, duramente, dolorosamente importante. Para quienes sí lo conocían está todo dicho, todo justificado, todo aclarado de antemano: a alguien como él no se le podía dejar ir en silencio y sin unas palabras que dejen constancia de que se ha pirado del mundo.José Mari Berrio era pintor, pero mentiría si tratara de justificar estas líneas por su pintura, que me gustaba y me sugería aunque él la practicase para su consumo privado. José Mari pintaba como vivía, sin pretender nada, como hacía fotografía o una personal música para documentales con programas de ordenador; como andaba en bici o patinaba, como te recibía en su casa de Bilbao, presumiendo de vivir «en el tramo más feo de Alameda de Urquijo», y te mostraba un cachivache de una electrónica incipiente y caduca, pasada de moda, heredado de su familia; como iba y venía de Buenos Aires o Estambul, India o Irak, trayéndose unos artefactos musicales extraños y exóticos que emitían unos sonidos casi humanos. Recuerdo un instrumento aborigen de Nueva Zelanda -un 'didguerideo'- que andaba solo por su domicilio igual que el gato.Esta ciudad produce a veces, como por descuido, esa clase de gente mágica que no responde a ningún patrón y que no es en nada vulgar. José Mari era un lujo para esta ciudad y para la Humanidad. El encanto, la grandeza, lo que podríamos llamar con justicia la 'importancia' de José Mari no residió nunca ni en méritos artísticos ni en puestos profesionales ni en sus aventuras de incansable viajero sino en su manera de ser. Porque ser es algo muy serio y él era la prueba. José Mari Berrio era un señor particular de Bilbao que simplemente 'era'. Era la delicadeza en persona; era la modestia; era la sencillez; era la inteligencia; era la compasión; era el humor más comprensivo con los otros; era el pudor por excelencia; era el señorío discreto y natural que no se anuncia en gestos superficiales y ruidosos sino en una mirada o en el modo de retirar una mirada para no herir o no herirse; era el gusto por la conversación, por la amistad, por la vida que ha dejado tan rápida y discretamente, por el encuentro sin más en ese piso de soltero donde vivía solo y ocioso con una tele que no funcionaba. Era José Mari Berrio un individuo sencillamente adorable por ser como era, por sus silencios, por sus sonrisas, por su extraña forma de pureza Por eso su muerte duele tanto, porque es una muerte que da donde duele, en el ser lisa y llanamente. Duele porque era y porque ha dejado de ser.

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