miércoles, octubre 17, 2007

Hermann Tertsch, Iran, Rusia y nosotros

jueves 18 de octubre de 2007
Irán, Rusia y nosotros
HERMANN TERSTCH
Entre las muchas consecuencias serias de la desastrosa gestión de Washington tras su inicial victoria en Irak, como de la profunda insolidaridad e incapacidad de las democracias occidentales de coordinar una defensa común de sus intereses, está la generación de dos grandes monstruos, ambos hostiles, que son el Irán de Mahmud Ahmadineyad y la Rusia de Vladímir Putin. Un tercer monstruo que alimenta a muchos más es la generalización de la idea -una vez más, tras un terrible siglo XX que debiera haber impuesto a las democracias la percepción del peligro y la decisión de imponerse- de que el régimen de la libertad es más voluble y menos eficaz en defender la seguridad y los intereses de sus ciudadanos que los regímenes autoritarios o dictatoriales.
La democracia alcanzó su cima del éxito con la caída del Muro de Berlín en 1989, cuando en todo el mundo, desde Latinoamérica al sudeste asiático, por supuesto la Europa excomunista o la panza asiática de Rusia y el Cáucaso, todos habían asumido el binomio de libertad y prosperidad como la lógica necesaria para lo que los más optimistas llamaron en su día «el final de la historia» o el triunfo total de la democracia liberal.
La reunión que han celebrado estos días en Teherán los países ribereños del mar Caspio con el protagonismo absoluto de Ahmadineyad y Putin, la decisión del Parlamento turco tomada ayer en Ankara de una abierta intervención en el Irak kurdo, el Congreso de Pekín del Partido Comunista Chino (PCCh) con la elevación a los altares de la combinación del mercado con el despotismo o la muy solemne y ridícula y sin embargo peligrosa alianza o federación anunciada por La Habana y Venezuela son la prueba de que los tiempos han cambiado y una barbaridad.
Liquidación de leyes
El escenario -de unos años a esta parte- evoca mucho la liquidación de las leyes de conducta y leyes que siguió al hundimiento de la Liga de las Naciones. La impotencia de la ONU para hacer algo más que pequeñas intervenciones humanitarias y publicar mensajes sentimentales, informes interesados o condenas solemnes no hace sino aumentar la inseguridad y la volatilidad de las crisis que emergen. El inmenso poder que paradójicamente ha conferido el desarrollo -el consumo de energía que éste impone- a regímenes dictatoriales productores -como Rusia o Venezuela- y consumidores -como China- ha arrebatado definitivamente la iniciativa a las democracias. Los terribles errores de la administración Bush después de la guerra de Irak -su ya irreversible parálisis- y la impotencia europea para elaborar un discurso, único y propio y a la vez coordinado en la Alianza Atlántica, han dejado en evidencia la profunda vulnerabilidad de las sociedades libres.
Así las cosas, es un hecho que Putin ha ido al Caspio a fortalecer a Ahmadineyad y no a disuadirle de un proyecto nuclear que nadie que haya escuchado el discurso de Teherán en los últimos años puede creer que vaya a limitarse al uso pacífico.
Que hace unos meses Moscú aceptara las sanciones contra Irán y hoy defienda una política especialmente condenada por el Consejo de Seguridad al que pertenece no solo supone una demostración más del bonapartismo de Putin, es decir de un cambio de política sustancial que se debe a la decisión personal de quien no tiene siquiera un buró político y una secretaria del comité central para contradecirle o moderar sus apuestas. Es también una nueva demostración de que las democracias occidentales pagan terriblemente su debilidad y su desunión. Y de que los países de peso real entre los que defienden nuestras libertades y no juegan a beneficios corto, medio o largoplacistas con las amenazas reales y perentorias para nuestra seguridad simplemente no pueden permitirse el pujar por la benevolencia de los tiranos.
En este contexto, cada cual -los que sean capaz de ello- debieran ser conscientes de su responsabilidad. Y dejar claras y abiertas todas las opciones ante la amenaza de Irán y no mendigar entrevistas de complicidad y apaciguamiento para disimular que se les niegan otras. La vocación de afrontar los conflictos desde la debilidad es una triste vocación política. Parece mentira que tantos desmemoriados no recuerden que jamás ha beneficiado a nuestra salud, seguridad y libertad.
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