lunes, octubre 08, 2007

Enrique Badia, El fin de fiesta hipotecario

martes 9 de octubre de 2007
El fin de fiesta hipotecario Enrique Badía

Pocas veces se ha escrito y hablado tanto como estos días sobre los préstamos hipotecarios, aunque por lo general se citen más las consecuencias que las verdaderas causas que han generado la actual situación. Algunas tomas de postura son hasta sorprendentes. Una de ellas, que una asociación de defensa de los consumidores reclamara no hace mucho al Gobierno que adopte medidas porque (sic) la situación de las familias es crítica e insostenible.
Ciertamente, el volumen de créditos vivos ha alcanzado niveles espectaculares en los últimos años en nuestro país. Por varias razones. Una, sin duda, el alza sostenida de los precios inmobiliarios, que ha obligado a contraer deudas más abultadas, de mayor importe que años atrás. Otra, la feroz competencia entre bancos y cajas por captar cuota en un mercado que está entre los más rentables y menos amenazados de morosidad: sabido como es que cualquiera se priva de lo que sea necesario antes que ver embargada y en último término perdida su vivienda habitual. Una tercera, sin embargo, es consecuencia de cierta osadía por parte de los tomadores de los préstamos que, en muchas ocasiones, han asumido el pago mensual como inamovible para los siguientes veinte o treinta años, calculado sobre la base de los tipos de interés —hasta hace pocos meses negativos en términos reales— vigentes en el momento de la contratación.
Sabido es que la gran mayoría de hipotecas está suscrita a tipo de interés variable, entre otras cosas porque ya se han cuidado las entidades financieras de hacerlas más atractivas o, si se prefiere, menos inquietantes que las concertadas a tipo fijo. Pero ni los prestadores han sido lo suficientemente claros ni los financiados han asumido que los tipos podían acabar subiendo, más probablemente que bajando, sobre todo teniendo en cuenta la extensión de los plazos de amortización que se han ido implantando en el mercado.
Los propios profesionales de bancos y cajas refieren que el cálculo del importe de las hipotecas solía construirse a partir de la cantidad máxima que el cliente pensaba que podría asumir mensualmente en aquellos momentos. Y al tiempo reconocen una frecuente laxitud en las tasaciones de las fincas que garantizaban el préstamo, así como que con relativa normalidad se concedía financiación incluso por encima del ciento por ciento del valor de tasación.
La conclusión es que todo se estaba montando sobre una doble presunción: que los tipos de interés se mantendrían bajos y los precios inmobiliarios seguirían creciendo a tasas más o menos equivalentes a las registradas en los últimos años. Así se entiende que, tan pronto se han revelado erradas las dos previsiones, las cosas se hayan empezado a complicar.
¿Se puede hablar de imprudencia por ambas partes? Quizás parezca demasiado duro, pero cuando menos se puede considerar que ha existido imprevisión.
Lo malo no es sólo que quienes prestaron, de un lado, y se endeudaron, del otro, se vean ahora abocados a tener que asumir las consecuencias de su relajación. Peor es que el endurecimiento de las condiciones que las entidades están aplicando a la concesión de créditos hipotecarios van a constituir —de hecho, están constituyendo— una dificultad añadida para quienes precisan de uno para proveerse una vivienda en propiedad. Éstos no participaron en la fiesta precedente, pero les toca pagar una parte de la cuenta resultante… junto a cualquier otra persona o empresa que necesite financiación.
ebadia@hotmail.com

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