martes, octubre 09, 2007

El rostro seductor de la tirania

martes 9 de octubre de 2007
El rostro seductor de la tiranía
CUARENTA años después de su muerte, la figura de Ernesto Guevara, el Che, continúa despertando fervientes adhesiones en la izquierda de todo el mundo. El inconsciente mitómano funciona todavía en ella y tiene numerosos adeptos entre los herederos de la utopía. Lo que sorprende del fenómeno no es que el Che sea homenajeado en las explanadas que llena por la fuerza la dictadura cubana, sino que tenga su tirón en las redacciones de algunos medios de comunicación e, incluso, en las sedes de los partidos y entre la militancia de la izquierda democrática europea. Por lo visto, poco importa que haya caído el Muro de Berlín y que el balance dejado tras de sí por la utopía revolucionaria por la que luchó el Che se descubriese como una pesadilla totalitaria. Su imagen sigue sobrevolando ese balance. Incluso ha sobrevivido a las víctimas a las que condenó su trabajo al servicio del comunismo. Ernesto Guevara fue -y sigue siendo- el rostro seductor de la tiranía. Se ensalza hasta el hartazgo el desembarco que protagonizó con Castro en el famoso Granma, su lucha en las montañas de Sierra Maestra, la entrada triunfal en La Habana y, sobre todo, que abandonara las moquetas ministeriales del Gobierno castrista para hacer la revolución en el Congo y Bolivia. Es más, sus seguidores han conseguido hacer de él la quintaesencia del guerrillero indomable que trató de vivir peligrosamente sus ideales hasta el final.
Poco importa que al poner en valor estos datos biográficos se olviden otros. Por ejemplo, que utilizara el odio justificado que sentían los cubanos hacia una dictadura corrupta para traicionar sus esperanzas democráticas y edificar con sus propias manos una tiranía que pronto hizo olvidar las injusticias que padecían con Batista. Por otro lado, hay que recordar también el daño generacional que causó a la causa de la libertad y la democracia en toda Iberoamérica, ya que forjó un icono de masas que atrajo a muchos jóvenes idealistas al redil de la violencia totalitaria. De hecho, nadie puede negar la gran habilidad mediática con la que tejió un mito biográfico que alineó bajo la forma de un relato romántico la aventura y la revolución, hasta el punto de que ha hecho olvidar, cuarenta años después de su muerte, la tiranía a la que sirvió su gesta justiciera. Producto típico de las elites iberoamericanas y de su complejo sentido de culpabilidad hacia la estructura de injusticia que contribuyeron a perpetuar con su histórica pasividad, sería bueno que los años transcurridos pusieran en sus justos términos su figura. De ahí que resulte inquietante que, cuando se cumple el aniversario de su muerte en las selvas bolivianas, siga valorándose que, llevado por la violencia totalitaria, se expusiera a las balas de sus verdugos, mientras se olvida que las suyas querían hacer lo mismo con el fin de instaurar la utopía marxista en toda Iberoamérica.

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