lunes, octubre 22, 2007

Demetrio Pelaez, Los dioses tienen alzheimer galopante

martes 23 de octubre de 2007
DEMETRIO PELÁEZ CASAL
AILOLAILO
Los dioses tienen un alzheimer galopante

La residencia geriátrica de Volta do Castro, que debería estar funcionando a todo trapo desde hace al menos un par de años, sigue criando telarañas a la espera de que la lentísima y cabreante burocracia xunteira -todas son iguales- dé la bendición al chiringuito. En esto, como pueden suponer, ha pasado lo de siempre: la Xunta actual culpa a la anterior de que todo lo hizo mal, los antiguos gestores lo niegan todo y afirman que los de ahora son unos zopencos, y al final la casa continúa sin barrer. Y los abueletes, en la calle, claro, pero bueno, no son jóvenes y apenas tienen fuerza para quejarse, así que para nuestros políticos es mejor seguir hablando de los derechos de los botelloneros, de lo jodidilla que está la vida para los veinteañeros mileuristas y de los cheques-bebé a repartir incluso entre los hijos de los condes de Montemayor. Hay que jorobarse.
Los viejos no votan, o lo hacen poco, y se nota. Ni la derecha, ni la izquierda, les hacen puñetero caso y las listas de espera para entrar en residencias geriátricas no paran de crecer. A la gente con pasta este problema se la trae al pairo, claro, porque asilos privados con pinta de hotelitos de cinco estrellas haylos para dar y tomar (para ser admitido sólo hay que soltar unos 3.000 euros al mes), pero para los pringaos sin familia, o con hijos que no quieren o pueden hacerse cargo de un fósil de desguace, la situación es cada vez más dramática. Y mientras todo esto pasa a nuestro alrededor, algunos políticos indocumentados o imbéciles aún creen que el alzheimer, la lacra del siglo XXI, consiste en que al abuelito de turno se le olvida con frecuencia dónde ha dejado las gafas, qué cachondo. No saben, o no quieren saber, que en muy pocos años tendrán que entrar en funcionamiento, o esto será un caos, docenas de clínicas especializadas en atender a unos enfermos que en realidad no son más que muertos vivientes a los que hay que dar de comer, mudar de arriba a abajo varias veces al día, sacar a pasear en silla de ruedas y medicar constantemente para evitar que sufran ataques de ansiedad y temblores. ¿Resultado? Una persona dedicada las 24 horas al paciente y alguien de refuerzo para evitar que el cuidador acabe aún peor que el enfermo. Eso es el alzheimer en su fase final, que puede durar años, y no el abuelete simpático al que se le pierden las llaves de casa.
Poco estamos haciendo, o nada, para hacer frente a esta epidemia bestial que convierte los cerebros, hasta los más privilegiados, en viles esponjas de Todo a cien. Y aunque la ciencia avanza a mil por hora, nadie nos ha explicado todavía por qué padres enérgicos acaban convertidos en gatitos indefensos con la mirada perdida en un abismo que aterra, o por qué madres diez terminan sus vidas con la sonrisa torcida y abrazadas a muñecos de trapo. Sólo una cosa parece estar clara: si los dioses existen, deben tener todos un alzheimer galopante. O son unos malnacidos.

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