lunes, octubre 08, 2007

Carlos Luis Rodriguez, ¿Y los bisnietos?

martes 9 de octubre de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
¿Y los bisnietos?
Habrá que explicar ahora por qué los bisnietos de emigrantes no podrán tener también la nacionalidad. Y los tataranietos. No sería extraño que apareciera una asociación reivindicando para éstos los derechos que se otorgan a aquéllos. ¿Acaso la vinculación con Galicia del bisnieto, tataranieto o chozno (el que viene a continuación del tataranieto, según la RAE), será menor que la que tienen los nietos?
No hay forma de saberlo. En todo caso, los argumentos que se utilizan para regalar la ciudadanía a la tercera generación de emigrantes, valdrían para la cuarta, la quinta o la octava. El presidente de la Xunta los ha resumido en el deseo de que Galicia no muera en las Américas, algo muy loable siempre que el precio que haya que pagar no sea excesivo. Y lo es.
El coste es ni más ni menos que la alteración del sistema democrático, mediante la introducción de medio millón de electores que no viven, ni trabajan, ni tributan en el territorio cuyos destinos van a poder decidir. Electores con derechos pero sin deberes, que comparten la soberanía nacional, sin aportar nada a su mantenimiento.
Toda la carga sentimental que suelen desplegar los partidarios de esta medida, se rebate con sólo cambiar la ciudadanía por el inquilinato. Nadie estaría dispuesto a aceptar un inquilino que no pagara su alquiler, aunque alegara enfático su condición de nieto de emigrantes gallegos. Se le diría con razón que el paisanaje no lo exime de se ser tratado como los demás.
De nada serviría que contara la historia de su abuelo, su dramática marcha de Galicia, las penurias que pasó allá, su nostalgia de la tierra, porque el propietario del piso podría contarle que sus antepasados también lo pasaron muy mal aquí. En resumen, que el contrato sólo se haría si quedaba claro el pago religioso del alquiler.
En la retórica habitual en materia de emigración suele utilizarse la palabra deuda. Existiría una deuda impagada con los gallegos de la diáspora. Admitámoslo, pero que esa deuda exista, no quiere decir que sea permanente, o que haya que abonarla en forma de derechos políticos. Ni es razonable que los nietos de allá sigan cobrándola, ni que los nietos de esta orilla tengamos que seguir pagándola, a costa además de deformar por completo la base electoral, y con ella los fundamentos del autogobierno.
Porque ésa es otra. La autonomía se fundamenta en la necesidad de aproximar el poder a los ciudadanos, sin que haya una Administración lejana decidiendo a distancia. Pues bien: si acercamos el poder, y admitimos una porción de electores por completo ajenos y distantes a los problemas y a las soluciones, estamos socavando los cimientos del sistema autonómico.
En el mitin bonaerense que sirvió de marco al anuncio de Touriño, el presidente gallego dijo a la concurrencia que los de allá tendrán los mismos derechos que los de aquí. ¿Y los deberes? La ciudadanía de verdad es un compendio de derechos y deberes. Un elector que sólo tenga derechos, goza de un privilegio inadmisible, y las campañas que estén dirigidas a él serán, se quiera o no, descaradamente clientelares.
Después de todo lo que sucedió en las pasadas municipales, había la esperanza de que se pudiera parar esta bola de nieve que se echó a rodar en tiempos del fraguismo. A la vista está que se hace más grande. Ahora entran los nietos como Tabaré, y en próximas visitas llegará el turno de los bisnietos. El presidente de Galicia ya puede pedirle el voto al de Uruguay.

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