jueves, octubre 18, 2007

Carlos Luis Rodriguez, ¿Pero que racismo?

jueves 18 de octubre de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
¿Pero qué racismo?

Supongamos que existiera una asociación denominada BOCE, cuyas siglas vinieran a significar Botellón Ceibe, y que su portavoz tildara de racistas a los vecinos que protestan contra las libaciones nocturnas. Antes de sonreír con el supuesto, mediten un poco sobre el argumento porque es evidente que los botelloneros pertenecen en su mayoría a la raza blanca y son payos, con lo cual la acusación tendría su fundamento, un fundamento peculiar si quieren, pero inspirado en hechos reales.
Desde luego que los afectados dirían que eso no es verdad, que lo que les molesta es el ruido, la suciedad, la falta de civismo, que no se fijan para nada en las características raciales de los chavales que los someten a la tortura de privación de sueño. Los portavoces de la BOCE insistirían, quizá añadiéndole al agravio inicial otro que podríamos llamar racismo generacional. Nos atacan porque somos jóvenes.
No es muy diferente el razonamiento que utilizan algunos para despachar el conflicto de Vilarchán como puro y simple racismo contra los gitanos que se quieren instalar en el lugar. De acuerdo con esta visión simplista, el rechazo se debe a la raza, de forma que sería indiferente que los recién llegados fuesen personas de raza gitana, pero con una vida y unas costumbres similares a las de los autóctonos. Según los que se rasgan las vestiduras por la protesta, el vecino disconforme de Vilarchán entraría en la misma categoría que los partidarios del apartheid, o la segregación.
Si bien uno no tiene el gusto de tratar a ninguno de estos paisanos enojados, seguro que en la vida diaria tienen relación con razas diferentes. Irán a un chino, le comprarían a lo mejor un abalorio a un negro, les trabajaría un sudamericano en casa. No los rechazaron. Habrán tenido con todos ellos experiencias buenas, malas o regulares, pero no los rechazan a priori.
En definitiva, no son racistas. Ni el conflicto del botellón tiene un trasfondo racista, a pesar de que los chavales que lo practican son payos, ni lo que está pasando en Ponte Caldelas se debe al racismo, por más que los afectados sean gitanos. Hablemos claro: la gente sabe que los nuevos vecinos proceden de lugares famosos por el trapicheo, y conocen la parsimonia con que se toman las autoridades las denuncias. En toda Galicia hay o hubo casos similares que se enquistaron durante años.
Sería inadmisible que con todo esto se hiciera una película de buenos y malos, con el papel de malvado asignado a unos vecinos que sólo defienden su tranquilidad contra una decisión que no entienden, y contra la hipocresía ambiental de sectores de la sociedad que se escandalizan, a distancia, por el supuesto racismo, seguros de que nunca les va a tocar a ellos.
En definitiva, lo que se está rechazando no es una raza, sino una forma de vida, una actitud ante comportamientos antisociales, unas costumbres, que chocan con las que tienen los vecinos. Sería muy conveniente que las mismas asociaciones que acuden al Valedor equiparando Galicia con Alabama, denunciaran también los poblados que se han convertido en mercadillos de droga. Al no hacerlo, están incurriendo en una solidaridad racial que devalúa sus denuncias contra la discriminación. Ni los vecinos de Vilarchán, ni los que soportan el botellón en las ciudades gallegas, están aquejados de racismo. No pelean contra los payos, ni contra los gitanos, sino a favor de su derecho a vivir tranquilamente. ¿Merecen por ello la hoguera?

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