martes, octubre 09, 2007

Antonio Sanchez Gijon, El general que ordenó ejecutar al Che

miercoles 10 de octubre de 2007
Bolivia, 1967
El general que ordenó ejecutar al Che
El Che había llevado la violencia a dos continentes, por lo que no parece contrario a las leyes de la guerra que se dispusiera de su vida según una de las leyes supremas que rigen en los conflictos armados: la necesidad.

Antonio Sánchez-Gijón

El general de aviación René Barrientos era el presidente de Bolivia cuando Ernesto Guevara fue ejecutado en octubre de 1967. El Che es muy conocido en esta España nuestra, pero de Barrientos no se sabe nada. Yo no es que sepa mucho de él, pero como le conocí, pienso que tendría algún interés dar algunas notas sobre su personalidad. Y sobre su fatal decisión.
Llegué a Bolivia en 1964, como corresponsal latinoamericano de la revista SP, cuando el ejército acababa de dar un golpe de estado contra el presidente Paz Estenssoro, el histórico líder del Movimiento Nacional Revolucionario que, desde 1952, y mediante golpe de estado, gobernaba Bolivia con un programa nacionalista de expropiaciones mineras y reforma agraria. Paz era un poco como el Evo Morales del momento, pero menos indígena y más ilustrado. El MNR se había labrado una leyenda latinoamericana como el movimiento que había destruido el poder de "los barones del estaño", Hoschild,, Patiño y Aramayo, quienes para las conciencias izquierdistas del momento eran como la odiosa globalización liberal de hoy día.
En las jornadas del golpe contra Paz varias decenas de mineros resultaron muertos en el cerro Laikacota, de La Paz. Ignoro las condiciones de su muerte, pero el embajador español me las dio a entender discretamente. Ese era el ritual de sangre con que solían desenlazarse los frecuentes golpes de estado de Bolivia.
No es extraño que a Guevara le doliera mucho el derrocamiento del MNR. Quizás esto tuvo algo que ver con su desatinada decisión de lanzar su insurgencia en Bolivia. Imposibilitado de actuar clandestinamente en un medio social como el de los mineros, totalmente urbanizados, puso sus esperanzas en levantar a los campesinos bolivianos contra el general que había frustrado su modelo revolucionario de juventud. Grave error. Barrientos era muy popular entre los campesinos.
El general era un tipo apuesto, expansivo y bastante donjuán, al que le gustaba bailar cuecas con las señoritas de las haciendas y los pueblos, entre las miradas no sé si regocijadas o inquietas de los hombres del lugar. Desde luego, era totalmente pro-americano y prometía reformas económicas contrarias a las del MNR.
Barrientos me invitó a acompañarle en dos giras que realizó por el país a bordo del DC3 presidencial, que pilotaba él mismo. Me sentaba en el asiento del copiloto, supongo que para probar mi temple y hombría. El avioncito sobrevolaba los llanos y entraba en los valles para enfrentarse a inmensas montañas que se nos venían encima. El voluntarioso DC3 resoplaba mientras subía y subía, hasta rebasar sus crestas, momento en que yo exhalaba un suspiro. Luego, aterrizaje en pista de tierra, mitin y fiesta campestre.
Quien realizó la ejecución del Che fue un soldado del ejército boliviano, por lo que asumo que el soldado, antes de disparar, había recibido autorización de Barrientos. La propaganda antiamericana sostiene que la orden de ejecución la dio un tal Rodríguez, agente de la CIA, pero esto es improbable, porque esta agencia prefería conservar la vida del revolucionario para evitar el aura del martirio y para sacarle información.Siempre me pregunté sobre la rectitud moral de la orden de ejecutar al Che sin más. No he logrado cuestionar seriamente la decisión. Sin duda la justicia abstracta hubiese brillado con un juicio en toda regla, pero dudo que desde otro punto de vista se hubiera hecho justicia si tal juicio se hubiese llevado a cabo. El Che atacó un país extranjero; llevaba consigo la fama de sanguinario, por lo que sus intenciones eran manifiestas. Tenía millones de admiradores en el mundo, no sólo entre las masas y las élites, sino entre muchos gobernantes. Las campañas por su liberación eran previsiblemente temibles. Su supervivencia como preso hubiera planteado problemas graves de seguridad a Bolivia. Su extradición a los Estados Unidos hubiera entrado en contradicción con el nacionalismo de los militares bolivianos.El Che había llevado la violencia a dos continentes, por lo que no parece contrario a las leyes de la guerra que se dispusiera de su vida según una de las leyes supremas que rigen en los conflictos armados: la necesidad.

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