jueves, octubre 18, 2007

Antonio Roman, Bilbao: un tema blando de caracter

Bilbao: un tema blando de carácter
18.10.2007 -
ANTONIO ROMÁN

Estos días se celebra el décimo aniversario del museo Guggenheim, una efemérides que, con exposiciones y actos institucionales, resalta su papel en el renacimiento de Bilbao. Entre los acontecimientos, destaca la nueva obra del escultor Daniel Buren que ha sido elegida por un comité presidido por Thomas Krens, director de la Solomon R. Guggenheim Foundation.La obra no deja indiferente al transeúnte. El escultor francés, un autor consagrado y polémico, explora el significado en sus obras y así lo hace con la instalación Arcos Rojos, sobrepuesta al pórtico central del puente de La Salve. Construido en 1972, el puente es una sobria estructura de acero que, sin duda, representa el pasado naviero y siderúrgico de la ría. A él se enlazaron en 1997 las formas nuevas y dinámicas del museo, con un resultado de contraste formal por el que cobra sentido el edificio de Frank Gehry. Ahora, en 2007, el arco de Daniel Buren se convierte en un nuevo protagonista, de forma que ese contraste entre museo y puente se desvanece.La instalación artística de Daniel Buren refleja la voluntad de una periódica refundación del museo. Ésta es al menos la filosofía que ha expresado con frecuencia el propio Thomas Krens, quien ve los museos como instituciones en constante transformación que «deben adaptarse a un mundo que cambia». Es indudable que la trayectoria institucional del museo en estos diez años ha respondido a ese dinamismo. Por ello convendría detenerse en el arco rojo, un epítome de esa refundación.El museo Guggenheim, un símbolo para Bilbao, es un caso único en la historia reciente de la arquitectura. Su proyección está por encima de otras obras comparables, como es por ejemplo el edificio de la Ópera de Sydney, y ha tenido un amplio reconocimiento tanto por la crítica especializada como por el público. Desde un primer ámbito -la alta cultura- el museo ya es parte de lo que los especialistas llaman el 'culto moderno a los monumentos', es decir, ha adquirido una autoridad asociada a su autenticidad artística y por ello merece ser considerado y preservado. Desde un segundo ámbito -la cultura popular- destaca la excelente acogida del museo por el gran público, que viene acompañada de una proyección y difusión mundial en los medios de comunicación.Sin embargo, ¿se puede decir que la obra de Daniel Buren es paralela al museo en esos dos ámbitos culturales? Frente a una asociación con la alta cultura, el arco rojo nos habla más bien en clave de cultura popular. Emplea formas fácilmente reconocibles y, especialmente con la iluminación nocturna, es un reclamo en una de las principales entradas rodadas a Bilbao. Buren parece no interesarse por aspectos como la autenticidad, sino que busca otros fines: lo decorativo, el entretenimiento del público, la proyección mediática al amparo del museo, el espectáculo. Más allá, hay quienes asocian las actuaciones que hay tras el modelo museístico del Guggenheim a un parque temático.El arco rojo no sólo afecta al museo Guggenheim, sino que tiene también una voluntad de influencia urbana. Esto se debe, primero, a la escala de la intervención: dado su tamaño, la escultura se compara con la arquitectura, emulándola en su capacidad de definición del espacio urbano. En segundo lugar y como consecuencia, hay una voluntad de influir en el carácter urbano del sitio. La intervención de Daniel Buren transforma sustancialmente ese lugar de entrada a Bilbao: el pórtico, revestido con el arco, adquiere un carácter formal y espacial afectado y blando.Este hecho no es nuevo en nuestra ciudad. Nadie dudaría de que el carácter urbano del nuevo Bilbao, aun considerado en su diversidad, es en general mucho más blando que el ya tradicional carácter sobrio del Bilbao industrial. Este carácter sobrio, que ha sido asociado al temperamento y carácter de sus habitantes, es lo que atrajo a Bilbao a artistas como Richard Serra y Frank Gehry. En 1997, Gehry expresa cómo «la belleza de Bilbao reside en su dureza» y advierte de la dulcificación excesiva del proyecto urbano de Abandoibarra («es lo que los bilbaínos quieren», responde cortés César Pelli). El parque de Abandoibarra, con el paseo de palmeras al borde de la que fue una ría de hierro, confirma el resultado, un conjunto que el propio Gehry ha llegado a calificar de «pastel empalagoso».El hablar en términos de alta cultura y cultura popular tal vez determine posiciones irreconciliables e incluso excluyentes. Por ello, al abordar la refundación del museo Guggenheim y la refundación de Bilbao sería mejor acudir a una cualidad a menudo común a aquellos dos ámbitos. Me refiero a la relación que puede tener una obra con el propio lugar o con la gente que lo habita y visita. Esto es algo que apela a la capacidad fundadora de la obra de arte y de la arquitectura, cuando memoria e innovación se incorporan. ¿No es cierto que la propuesta de la artista norteamericana Jenny Holzer -unas hileras transversales de lámparas led bajo el tablero del puente- era más respetuosa con la relación entre puente y museo, sin perder por ello la comunicación con el público?El arco rojo de Daniel Buren demuestra, a mi entender, que es necesaria una mayor conciencia en la toma de decisiones urbanas de Bilbao. Esta actitud daría pie, sin duda, a obras fundadoras asociadas al lugar y a sus habitantes, y no a operaciones que sólo parecen responder a la mercadotecnia y a la repercusión mediática. La escultura Puppy del artista Jeff Koons -asociable al Pop Art- iba a ser una obra efímera; sin embargo parece que ha arraigado y ha hallado un lugar en el difícil encuentro urbano entre el museo Guggenheim y el Ensanche. Por el contrario, la obra de Daniel Buren, que parte de la iniciativa privada e incurre en el espacio público, es de esperar que sea considerada por la ciudad como un episodio experimental y en sí mismo efímero.

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