miércoles, marzo 07, 2007

Valentin Puig, Tanto aturde y ensimisma ETA

jueves 8 de marzo de 2007
Tanto aturde y ensimisma ETA

-¿Es que no hay nadie en el partido para frenarle, por favor, a Zapatero sus ganas de utilizar las hemerotecas?
UNO de los efectos colaterales de ETA es que logra del modo más perverso que toda la vida pública gire exclusivamente en torno a sus ataques e intimidaciones, hasta el punto de escindir antiguos consensos y llevar el enfrentamiento partidista a la peor de sus desviaciones. Ni tan siquiera la algo folclórica pasión europeísta de años pasados sobrevive al vértigo de la amenaza terrorista, precisamente cuando más le convendría a la sociedad española debatir su forma de estar y manejarse en la UE. A pocos días de celebrarse el medio siglo del Tratado de Roma, aquel «big bang» del mercado único que entonces nos pilló en el extrarradio, su conmemoración nos tiene ahora en la vorágine inclasificable del llamado proceso de paz.
No es que realmente estén pasando muchas cosas en la Unión Europea, pero las que ocurren no son de orden menor, desde la controversia sobre el proyecto norteamericano de escudos antimisil en Polonia y la República Checa, a los proyectos poco concluyentes sobre política energética. Pero están pasando cosas todos los días en el mundo de la empresa, de la tecnología o de la institucionalización. Es más bien una suerte que Angela Merkel ostente la presidencia semestral europea, porque su presencia tiene un valor cada vez más cohesivo. Insiste, medio siglo después del Tratado de Roma, en que el fallido Tratado Constitucional se ponga en pie al igual que Lázaro y comience a andar, como si el «no» de Holanda y Francia fuese un obstáculo de mampostería. Por eso habla de «reforma institucional» para los cincuenta años que vienen. Esa es la parte más difícil de la agenda alemana, si bien cabe la hipótesis de que su planteamiento responda a un objetivo de máximos que el tiempo y los equilibrios de fuerzas pueden matizar mucho.
Para España, vivir tan ajenos a tales asuntos es algo incuestionablemente insano y contraproducente. Tal vez, incluso nos obligaría a un esfuerzo adicional de atención el hecho de que hace medio siglo no estuviésemos en la firma del Tratado de Roma, mientras que ahora somos parte del empuje económico y de la estabilidad histórica de lo que, en un proceso evolutivo, ha llegado a ser la Unión Europea a partir de la CEE, firmada entonces por Bélgica, Francia, Alemania occidental, Italia, Luxemburgo y Holanda. De los Seis a los Veintisiete, medio siglo de historia intensa y provechosa nos contempla. Desbordada por lo inmediato, la clase política española opera escasamente en términos europeos -como si delegara en los eurodiputados la rutina de la Unión Europea- mientras en medios intelectuales o culturales un descarado desentenderse de la realidad europea es masivo, salvo entre académicos de la materia. Pululan incluso algunos castizos postmodernos que confunden la inopia con el euroescepticismo. Por contraste, algo habría que agradecer a aquellos gobiernos tecnócratas de los años cincuenta y sesenta que abrieron la estrecha senda hacia la Europa comunitaria. Previamente, España ingresó en la OECE, en el FMI y en el Banco Mundial.
Incluso se diría que el Gobierno de Rodríguez Zapatero delega exclusivamente en el servicio diplomático la gestión de lo europeo, como quien deja un retén de vigilancia para casos de emergencia. En el momento en que los cambios en la política exterior de Washington merecen un examen más detallado, el Gobierno de España deja un rastro de brocha gorda. Algunas piezas del marco trasatlántico pudieran estar reubicándose.
La Unión Europea quizás esté iniciando una fase de pragmatismo y flexibilidad tras las lecciones de los últimos tiempos. Ya que tanta reticencia existe en materia de defensa y seguridad, a falta de «hardpower» los poderes del euro-realismo consistirían en sacar el máximo provecho de su «softpower». Por eso puede ser beneficioso que para los próximos dieciocho meses Merkel haya concertado la agenda europea con Portugal y Eslovenia como siguientes presidencias semestrales. Para España sería incluso más beneficioso situarse de nuevo en las cotas de la Unión Europea. No puede ETA paralizar nuestra operatividad política en la UE. Más allá de ese impedimento trágico, otra cosa es que, a fin de cuentas, tampoco Rodríguez Zapatero parezca con muchas ganas de abrirse puertas en Bruselas.
vpuig@abc.es
VALENTÍ
PUIG

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