miércoles, marzo 14, 2007

Valentin Puig, Las voces de Sepharad

miercoles 14 de marzo de 2007
Las voces de Sepharad
POR VALENTÍ PUIG
Unos versos cien mil veces citados de Salvador Espriu piden a Sepharad que haga seguros los puentes del diálogo. No fue otra la finalidad del congreso de Poesía de Segovia en 1952, noble ilusión de concordia hispánica, vieja quimera que cruza luminosamente lo mejor de nuestros afanes intelectuales. Lo cuenta Jordi Amat en «Las voces del diálogo», relato y análisis de cómo poetas procedentes del falangismo se reunieron en Segovia con poetas catalanes que prácticamente acababan de regresar del exilio.
Había precedentes: junto a la biblioteca de Menéndez y Pelayo en Santander está la estatua de Milà i Fontanals, amigo y patriarca de la lengua catalana. Unamuno le escribirá a Maragall: «Y de ahí, de esa su Cataluña, de esa su Barcelona, ¿qué puedo decir yo? ¿No están ustedes soñándola como no es, usted y otros cuantos? ¿Es acaso mejor que su sueño?».
Sobre aquel diálogo aparecía la sombra del Desastre del 98, el mito del fracaso. Sobre el diálogo de Segovia, la sombra aciaga fue la de la Guerra Civil. La literatura abre ventanas. Después de la tragedia del 36, Dionisio Ridruejo presenta el epistolario Unamuno-Maragall en una librería de Barcelona.
Entonces, el historiador Vicens Vives ya hablaba de la tarea de hacer de España «una comunidad armónica, satisfecha y aquiescente». Confinado en Cataluña, Ridruejo había conocido a Pla y a Vicens Vives. En el interior del régimen, transcurría la etapa de Ruiz Jiménez en Educación y los poetas pudieron reunirse en Segovia. Un permanente objetivo de Ridruejo: «Cancelar la Guerra Civil y dar a los españoles de uno y otro bando la esperanza de un porvenir común».

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