miércoles, marzo 07, 2007

Un Gobierno perdido en el Sahara

miercoles 7 de marzo de 2007
Un Gobierno perdido en el Sahara
RESULTA muy difícil identificar al actual Gobierno español como un actor neutral en el conflicto del Sahara occidental y, precisamente por eso, no parece que sus gestiones puedan ser de gran ayuda para resolverlo. En efecto, nada más empezar esta legislatura lo primero que hicieron el presidente Rodríguez Zapatero y su ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, fue entrar sin la menor prudencia en el caso, pasando por alto la tradicional política española, basada en la neutralidad activa. Si entonces desacreditaron el Plan Baker -respaldado por la ONU y el Frente Polisario- porque no le gustaba a Rabat, no puede ser de gran valor su actual apoyo al nuevo plan de Marruecos para la autonomía del Sahara occidental, y no es casualidad que los saharauis ya hayan desautorizado de antemano sus gestiones en la cumbre que acaba de finalizar.
El caso particular del Sahara es uno de los más difíciles de resolver por vía negociada, porque las dos partes pretenden algo -la soberanía sobre un territorio- que por su propia esencia no se puede repartir. En estos momentos está empezando a enquistarse otro proceso similar, el de la región serbia de Kosovo, del que tampoco se vislumbra un horizonte claro y para el que la comunidad internacional está buscando una solución. En ambos casos, lo que no se le ha ocurrido a nadie que quiera contribuir a un arreglo razonable es abandonar la legalidad internacional, cimiento en el que se sustenta el único consenso posible.
Por razones evidentes, Marruecos ha sido tradicionalmente un gran especialista en interpretar a su manera esa legalidad internacional que, hoy por hoy, todavía pasa por el derecho de los saharauis a la autodeterminación. Lo nuevo es que España haya empezado a hacer lo mismo con posiciones confusas sobre el referéndum previsto por la ONU desde hace más de veinte años. Si uno afirma que respeta el marco legal amparado por las Naciones Unidas, no es posible al mismo tiempo decir que le parecen constructivas otras formulaciones que no lo tienen en cuenta.
Ese tipo de astucias no valen para que la diplomacia española pueda caminar sólidamente entre las capitales del Magreb, una región del máximo interés para nosotros. Es verdad que últimamente el Gobierno ha logrado restablecer un cierto equilibrio diplomático entre sus contactos con Rabat y con Argel -gracias en este segundo caso al viaje que van a realizar los Reyes-, pero no lo es menos que sobre todo se han tratado de reconstruir los malentendidos fomentados por su propia imprudencia.
La experiencia debería bastarle al Gobierno para tener claro que, si quiere contribuir al diseño de un nuevo escenario para una solución en el Sahara, debe hacerlo en el seno de la ONU, en lugar de mezclarse en la disputa directa entre las partes, donde, en el mejor de los casos, lo más probable es que salga perdiendo.

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