viernes, marzo 16, 2007

Precendente de respeto

viernes 16 de marzo de 2007
Precedente de respeto

El fallecimiento de Inmaculada Echevarría fue el sobrecogedor final de una peripecia humana singular, provocada por una enfermedad mortal cuyos efectos sólo podían paliarse mediante una terapia que comportaba un padecimiento añadido. Su deseo de renunciar al mismo fue tramitado siguiendo las normas legales y de manera diáfana. Con la misma claridad con la que ella dio cuenta pública de su resuelta voluntad de que se le retirase la respiración asistida. La conciencia individual de la enferma y su autónoma decisión se han visto acompañadas por el Derecho, de forma que ningún mandato moral ajeno a la protagonista y a quienes la asistieron podía impedir el desenlace. El mismo día en que el Gobierno central y los autonómicos acordaban mejorar los cuidados paliativos para garantizar que las enfermedades más graves e irreversibles no supongan una acusada merma en la calidad de vida de los pacientes, Inmaculada Echevarría vio cumplido su deseo frente a una vida conectada al sufrimiento. Como ayer señaló el presidente del Consejo Consultivo de Andalucía, el caso «no sienta doctrina general». Incluso aunque la patología sea la misma, es el paciente el que hace diferentes la enfermedad y su vivencia. Y, aunque al final sea su consentimiento informado el que fije los límites del esfuerzo terapéutico, ello dependerá del consenso médico existente respecto a la fase en que se encuentre la dolencia y su probable evolución. Pero, al margen del plano jurídico, Echevarría ha dejado un valiosísimo precedente: el del respeto y la consideración mayoritarios que suscitó desde un principio. Respeto y consideración que han de constituir la obligación moral común con la que deben ser tratadas por la opinión publicada cuantas historias se desarrollen tan al límite.

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