viernes, marzo 16, 2007

Joan Pla, Recupero mi juvenil oracion

viernes 16 de marzo de 2007
Recupero mi juvenil oración
Joan Pla
N INGUNO de los grandes colegas y maestros que he tenido a lo largo de mi profesión de escritor y periodista ha perdido su tiempo en contestar a los que, con sus diatribas y panfletos, trataron de desprestigiar e, incluso, de fulminar los valores y principios que, desde hace siglos, sustentan el bienestar social, la libertad de pensamiento y de acción, la solidaridad y el progreso de nuestro país y de todos los países del mundo. No recuerdo, entre los grandes escritores y periodistas de mi tiempo a ninguno que haya dedicado su talento y sus escrituras a los periodistas que hoy están de moda y cobran como toreros, ejerciendo ese periodismo de "charanga y pandereta", como diría Antonio Machado. Me refiero al sonoro, popular y bien pagado periodismo de las tertulias que se prodigan principalmente en cadenas de radio y televisión. No hablo del periodismo cultural – libros, artistas, ciencia, naturaleza, etc - que los arteros programadores de los grandes medios relegaron a espacios y a horarios de escasa audiencia. Sólo hago referencia a las tertulias del corazón, donde podemos ver y oír, si tenemos el hígado en condiciones, una constante y portentosa algarabía gallinácea y a las tertulias políticas, donde los pontífices de turno, hablan del mundo y de la bola como auténticos amos de la verdad absoluta. Dios les ampare y nos ampare. A quien lleva muchos años a pie de obra le tienta la posibilidad ode rebatir o fulminar a los que, como las ladillas, las garrapatas, las pulgas, los piojos y los parásitos, pueden llegar a infectar la sangre y la sensibilidad de sus inocentes lectores, radioescuchas o teleespectadores. La verdad es que no me imagino a Ramon Llull, a Cervantes, a Blai Bonet, a Delibes, a Cela, a García Lorca, a Menéndez Pelayo o al griego Aristóteles, entre otros célebres de la cultura clásica, rebatiendo las sandeces que últimamente se han dicho acerca del catalanismo y del españolismo, del talante y de la claudicación, del terrorismo y de todas las cosas que ahora están de moda y exasperan al más paciente de los mortales. Ya dije aquí que me parecía una imbecilidad monumental la de los españoles que suelen atacar a sus compatriotas, espetándoles el calificativo de "españolistas", igual la solemne perogrullada de llamar "catalanistas" a los catalanes que están orgullosos de serlo y que, además, hablan y escriben en su propia lengua. Ya dije aquí que soy español y que, gracias a Dios, hablo y escribo en catalán, cuando me parece oportuno. Mi lengua materna y la que mejor aprendí es el castellano, pero no por ello me considero castellanista. En mis artículos de opinión he propugnado siempre la imparcialidad, pero nunca me he puesto de parte de aquel o de aquellos que, a mi humilde juicio, actúan o han actuado contra los fundamentos humanísticos y cristianos de mi nación. Algunos colegas, de cuyos nombres ya ni me acuerdo, intentaron colgarme el calificativo de "facha", porque el 23 de febrero de 1981 intenté disuadir a Tejero y le dije que su intento era descabellado y que, gracias a Dios, había fracasado. Veintiséis años después, volvería a decirle lo mismo y, aunque tanto él como sus más adictos, no han vuelto a dirigirme la palabra, estoy seguro de que se lo diría con el mismo espíritu de concordia con que actué aquella noche de vigilia y transistores. Los acontecimientos actuales no me inducen a la concordia, ciertamente. Confieso que la contumaz y malhumorada repetición de que unos perdieron por mentir y otros ganaron por decir la verdad me parece ridícula, por no decir bochornosa. Hubo un tiempo en que lo que acontecía en el mundo me interesaba profundamente y mi gran pasión era contárselo y comentárselo a los demás. Era el tiempo en que mi profesión no separaba la noción de la noticia ni la noticia de la noción. En una palabra, un tiempo en el que, como ahora la mayoría de los periodistas y escritores postergados por el sistema, no presumíamos de decir la verdad, pero la decíamos e, incluso, nos jugábamos la piel por decirla. Leía yo entonces un librito de tapas negras que me había recomendado un teólogo mallorquín, Joan Capó Bosch, graduado en la Universidad Gregoriana de Roma. Me llevé ese libro a Chile y en Chile me lo volvió a recomendar el obispo Raúl Silva Henríquez, que llegó a ser cardenal años más tarde. Se titulaba "La oración de todas las horas" y su autor era Pierre Charles. Releo hoy, después de estar hora y media escuchando la entrevista de Carlos Herrera a José Luís Rodríguez Zapatero, y me parece que voy a volver a mis clásicos, aunque Pierre Charles no sea un grande de la literatura o del periodismo. Os invito a un párrafo, que fue mi juvenil oración de todas las horas: "Señor, conozco un poco a los hombres de mi tiempo. Me has hecho nacer en medio de ellos. Te aseguro que no son tan malos como se pretende, ni siquiera tan perversos como lo pregonan. Hay en ellos, como había entre sus antepasados, una inmensa capacidad de abnegación y un deseo real de no vivir sin un fin determinado. Quieren una ocupación, una ocupación ruda, si es necesario, pero que valga la pena el esfuerzo que uno realiza para hacerla bien. No rehúsan trabajar, hasta aceptarían morir, con tal de que el trabajo no sea vano y que su muerte tenga un sentido. Lo que les falta no es tu gracia. Necesitan, como el ejército que ataca, un objetivo y un terreno, un campo de operaciones sobre el cual puedan maniobrar fácilmente y con desenvoltura, poniendo en juego todas sus energías. Los que hablen a los hombres el lenguaje que tu gracia les inspira, Los que iluminen la labor del porvenir con un rayo de esta luz que tú haces brillar en el fondo de todas las conciencias, Los que tengan fe en la verdad que libera, en la justicia que salva, en Cristo que perdona, Los que digan todo lo que hay que decir y hagan todo lo que hay que hacer, esos tales brillarán como las estrellas, por toda la eternidad" José Blanco tiene cara de cura preconciliar, pero no creo que sea capaz de largarnos una reflexión como la que acabo de transcribir, ingenua e intencionadamente. Acebes y Zaplana, tampoco. Por supuesto. ¡Qué lástima !

No hay comentarios: