sábado, marzo 17, 2007

Ingnacio Suarez, Convivencia desde la diferencia

sabado 17 de marzo de 2007
Convivencia desde la diferencia
IGNACIO SUÁREZ-ZULOAGA
La normalización de la sociedad vasca pasa por la desdramatización de las diferencias entre grupos sociales y por la aceptación de que hay numerosas formas de ser vasco.En todos los tiempos y en todas las sociedades han existido conflictos de naturaleza sentimental y económica entre los distintos colectivos humanos. Cualquiera que lea el libro 'Historia' de Heródoto (el que le leen constantemente al herido Ralph Fiennes en la película 'El paciente inglés') reconocerá las causas de los enfrentamientos que observamos hoy en distintas partes del mundo. Sus raíces son similares a los que tuvieron lugar hace dos mil quinientos años: diferencias étnicas, religiosas, lingüísticas, económicas o ideológicas.Esto es así porque la naturaleza humana evoluciona menos que el contexto y porque todos somos producto de unos orígenes familiares y unas trayectorias personales muy variadas, que conforman infinidad de identidades individuales. Unas veces votamos a partidos con valores comunes y otras como oposición a otro grupo que amenaza nuestros intereses y sentimientos. El instinto gregario del ser humano -a favor o en contra de algo- es evidente, natural e inevitable; lo importante es que no sea intolerante.El excelente estudio dirigido por el profesor Elzo sobre 'Los valores de los vascos y navarros ante el nuevo milenio' (Deusto, 2002) retrata las diferencias y coincidencias respecto de los demás españoles y europeos. Unas disparidades no sustanciales; por lo que no tienen por qué impedir la convivencia. Y no podía ser de otra manera, porque los ciudadanos españoles estamos expuestos a similares contextos jurídicos y económicos, consumiendo una cultura de similares características. Después de siglos de abandono, desde hace unas décadas crece lentamente una oferta cultural en euskera y ésta va influyendo en la identidad actual. En la medida en que esa creatividad en vascuence sea adoptada por la propia sociedad, y en función de cuanto se separe de la comunicada en castellano, la identidad autóctona será más o menos afín a las de otras partes de España.Pero la nueva identidad no debe ser una mímesis de la tradicional; porque su aceptación sería tan minoritaria, que resultaría inviable. Esto no implica una negación del llamado 'hecho diferencial': la larga lista de circunstancias geográficas, económicas, políticas y culturales que se mantuvieron hasta finales del siglo XIX. Unos factores que, como no podía ser de otra forma, generaron sustanciales diferencias entre aquella identidad 'foral' vasca y las identidades oficiales promovidas por los Estados español y francés.Esas diferencias identitarias fueron mucho mayores en el ámbito rural (menos en contacto con el exterior) que en el urbano (sede del comercio y de la administración pública). Lo que motivó que las luchas identitarias -y económicas- entre vascos, fueran protagonizadas originalmente entre residentes de la ciudad y del campo. Éstos últimos, más partidarios de conservar un estilo de vida autóctono; mientras que aquéllos fueron más permeables a las influencias venidas de Madrid o París.Hoy en día, la urbanización del campo, los medios de comunicación y los viajes nos han acercado a todos. También ha influido el mejor conocimiento de cómo funciona el mundo y la conciencia de que todos los seres humanos somos interdependientes. No sólo del vecino, sino de lo que pasa en Palestina o en EE UU. Un conocimiento que suele conducir a la empatía y a la solidaridad. Sentimientos y actitudes que cada persona puede dirigir en múltiples direcciones. De hecho, durante las últimas décadas muchos vascos se han mostrado menos indiferentes a la represión de los palestinos que a las amenazas que sufrían sus vecinos por oponerse a los violentos. Por eso, uno de los retos clave de la sociedad vasca es desarrollar una identidad adecuada a los tiempos que corren y aceptada por todos. Fomentar lo auténtico y relevante, se exprese en euskera o en castellano, sea creación de nacionalistas o de no nacionalistas.Porque cuando una identidad oficial se percibe como impuesta genera rechazo. Al igual que el hablar en euskera fue una forma cotidiana de afirmación identitaria durante el primer franquismo; la negativa a aprender el vascuence es hoy una característica de muchos no nacionalistas. Además, el valor de una cultura no está en cuántos la comparten, sino en cuáles son los frutos de su existencia. Hay pueblos pequeños y bilingües -como el holandés o el danés- que vienen haciendo extraordinarias contribuciones a la cultura mundial, siendo auténticas potencias culturales. Mientras que otros monolingües y mucho más numerosos -como los de Irán o Rumanía- hace siglos que aportan poco al panorama internacional; además, sus escasos creadores renombrados trabajan en Francia o EE UU.En este sentido, el Gobierno vasco tiene la responsabilidad de fomentar un ambiente de libertad que propicie la creatividad. Cuando una oferta autóctona es atractiva, la gente la adquiere. Si se ven más películas americanas y espectáculos de danza andaluces es porque suelen estar mejor hechos que los vascos. A la inversa, cuando los cocineros y humoristas vascos han producido buenos programas, los contratan rápidamente en Madrid. Las autoridades han sido muchos más eficaces a la hora de importar arte americano que cuando han debido proteger la obra de artistas abiertamente constitucionalistas. En este sentido, los reiterados atentados a la obra del gran Ibarrola son una de las páginas más tristes de nuestra cultura; no es de extrañar que haya dejado de embellecer los parajes de Euskadi para volcar su creatividad en Ávila.Por su antigüedad y singularidad, el euskera es un patrimonio de la cultura universal. Para que esto lo interiorice la totalidad de los vascos y la promoción de esta lengua sea una causa común debe dejar de usarse como bandera política. Por eso convendría que se suprimieran de los programas de Eusko Alkartasuna y de Batasuna la exigencia de hablar vascuence para ser ciudadano vasco. No solamente es una incoherencia que bastantes de sus dirigentes no lo hablen, también es una propuesta demagógica y un atentado a los derechos de muchos ciudadanos; un requisito sin parangón en el mundo civilizado. Por todas estas razones, la identidad vasca debe dejar de promoverse desde la oposición al castellano, la negación de la historia común y la indiferencia hacia los creadores no nacionalistas. Conviene que se transforme en una forma de sentir y vivir 'en positivo'; facilitando una convivencia que no tiene por qué renunciar a la diferencia

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