miércoles, marzo 07, 2007

Ignacio Suarez, La tradicion de la "kale borroka"

miercoles 7 de marzo de 2007
La tradición de la «kale borroka»

POR IGNACIO SUÁREZ-ZULOAGA
LA violencia callejera es una tradición que, después de varios siglos de práctica periódica y de un poco disimulado enaltecimiento ideológico, se ha convertido en una seña de identidad de las clases populares de Guipúzcoa y Vizcaya. Esta «normalización» de las agresiones explica la escasa reacción social y los timoratos esfuerzos de las autoridades para reprimirlas. De hecho, la conflictividad social a través de la violencia de «baja intensidad» es un elemento central de la idiosincrasia de los vascos de ayer y de hoy.
A este estado de cosas vienen contribuyendo las autoridades autonómicas, que se han caracterizado por un meticuloso cálculo sobre qué y cómo reprimir. Una política de contención orientada a no perder el apoyo de esa mayoría social que se muestra contraria a la violencia, pero que tolera mejor una falta de autoridad que un exceso de fuerza.
El Gobierno vasco -excelente conocedor del sentir mayoritario de la población- procura evitar que la violencia se desboque; pero evita también cualquier medida ejemplarizante. Desea disociar a la Ertzantza de la imagen represora asociada a la Guardia Civil y la Policía Nacional. A la hora de analizar por qué una gran parte de los vascos sigue admitiendo unos niveles de violencia más propios del Tercer Mundo, hay que acudir a la historia, pues en esta parte de España los conflictos sociales propios de cualquier sociedad se han dirimido de una forma muy peculiar.
El equilibrio de poderes que se produce en los territorios vascos desde el fin de las violencias banderizas a finales del siglo XV se tradujo en la puesta por escrito y en la implantación de un sistema foral propio de cada provincia. Los fueros vascos -y en especial el de Vizcaya- desarrollaron un sistema de relaciones sociales muy avanzado para la época, pues, junto con algunas declaraciones un tanto demagógicas, había un conjunto de normas electorales, comerciales, fiscales y penales que protegían los derechos de las clases populares.
De este modo, cuando se fueron produciendo violaciones de los fueros por parte de la Corona y de las propias autoridades forales, importantes colectivos de campesinos y obreros actuaron como ETA y la «kale borroka». Asaltos, destrucción de bienes públicos, incendios, secuestro y asesinato de autoridades y funcionarios... Así ocurrió durante el llamado Motín de la Sal, en las Matxinadas y en la «Zamacolada», entre los siglos XVII y XIX, insurrecciones recogidas detalladamente -incluso con cierto orgullo- por la propia historiografía promovida por las diputaciones, con la finalidad de recordarle a Madrid que si les obligaban a vulnerar el Fuero... la gente se les desmandaba.
Unas violencias que siguen siendo explicadas con ánimo ejemplarizante en los libros publicados por los historiadores del nacionalismo democrático y de la izquierda abertzale, siendo el contenido fundamental de lo que se les enseña a muchos niños vascos en las escuelas. Por esta razón, es del todo lógico que la «violencia de baja intensidad» tenga la insólita tolerancia social de que disfruta en la Euskadi actual. Al igual que en el pasado, la violencia se concentra especialmente en Guipúzcoa y Vizcaya. Durante la etapa foral esto se explicaba por el hecho de que el régimen garantista se circunscribía fundamentalmente a estas dos provincias; siendo inferior en Álava. También porque la economía de montaña de las clases populares de los territorios costeros era mucho más precaria que la alavesa (donde las grandes superficies cerealísticas y vinícolas reducían la dependencia de la importaciones de productos de primera necesidad). Hoy en día, esta diferencia de conflictividad se puede atribuir al mayor sentimiento vasquista de las provincias norteñas, donde la proporción de ciudadanos originarios de otras tierras es inferior.
La represión de la violencia civil tuvo en el País Vasco unas características distintivas. Principalmente, por la legitimidad de los motivos de fondo; pues los violentos de entonces defendían la legalidad vigente en aquel momento y unos intereses básicos de supervivencia económica. Además, fueron estallidos sociales masivos que remitieron cuando se retiraron o mitigaron las medidas gubernamentales que los causaron. Por esta «legitimidad» de aquellas violencias, las penas capitales se concentraron en los cabecillas, siendo benévolos -para la época- los castigos impuestos a las masas de seguidores. Además, los perdones generales llegaron a los pocos años, con el claro objetivo de restablecer la armonía y evitar rencores. Actualmente la violencia que tiene lugar en Euskadi no tiene ninguna justificación, ni legal, ni moral. Pero sí tiene esta explicación histórica, derivada de una larga tradición de impunidad y de falta de respeto a la autoridad.
En el País Vasco actualmente hay un Estado de Derecho incompleto, aplicándose la ley con menor vigor que en otras partes de España. Tanto por la menor energía de las autoridades como por la precaria situación de una judicatura que a menudo es deslegitimada por las autoridades autonómicas y buena parte de la clase política.
Este afán de las autoridades por aparecer como moderadas a costa de ser débiles es conocido y aceptado por la gente en general y por los violentos en particular. Y dado que esta sociedad opulenta está dispuesta a sufragar el coste de estas destrucciones, la violencia seguirá en el futuro, porque sale barata. Menos fácil va a resultar la reparación de la fibra moral del pueblo vasco, responsable colectivo de esta tradición. Sólo cuando la gente se muestre intolerante con la violencia, las autoridades actuarán con contundencia. Desafortunadamente, el problema de unas autoridades que no lideran moralmente ni hacen cumplir las leyes se ha generalizado. En Cataluña hay gobernantes que comprenden a los «okupas» y legalizan bandas juveniles, en Andalucía hay alcaldes que toleran macrobotellones ilegales... Para esta sociedad postmoderna -como nada está del todo bien o mal- la legalidad y la moralidad no son valores prioritarios. A menudo, incluso resultan molestas.
Autor del libro
«Vascos
contra Vascos»
(Planeta 2007)

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