viernes, marzo 16, 2007

Ignacio San Miguel, ¿Pueden contar con el Espiritu Santo?

viernes 16 de marzo de 2007
¿Pueden contar con el Espíritu Santo?
Ignacio San Miguel
E N la concentración convocada últimamente por monseñor Blázquez en Bilbao, el obispo pidió perdón a las víctimas del terrorismo por el comportamiento de la Iglesia vasca con ellas durante estos treinta o cuarenta años. Dijo que lo hacía “una vez más”, aunque no es recordable que lo hubiera hecho antes. Pero está bien que lo haya hecho ahora, tanto si es la primera vez como si no. Lo que no resulta aceptable es olvidarse del tema y dejar las cosas por zanjadas debido a esta petición de perdón. A él puede que le parezca que así debe ser, pero a otros nos parece que no. Porque la cabeza está para pensar de forma autónoma, sin dejarse conducir como dóciles y necios corderos por nadie. La primera pregunta que uno se hace es la siguiente: ¿cómo ha esperado la Iglesia cuarenta años para pedir perdón a las víctimas? Porque es un espacio de tiempo demasiado largo. Han tenido mucho tiempo para tomar conciencia de que su comportamiento no era el adecuado. ¿Por qué se dan cuenta ahora precisamente de su mal comportamiento? ¿No será por el protagonismo que han cobrado últimamente las víctimas? ¿No será por el descrédito en que ha ido cayendo la Iglesia vasca y que, amenazada de ser aborrecida por todos, ha tratado de paliar de algún modo esta situación? Estos motivos se presentan como válidos en pura lógica. Me refiero a la lógica humana, que es la única de que dispongo. No tengo la pretensión de penetrar en el pensamiento de Dios, como hacen algunos clérigos con rara facilidad. El siguiente interrogante versa sobre la extraña condición de estos clérigos, cuyo mensaje constante es el del amor a Dios y al prójimo y, sumidos en una escandalosa contradicción, no han mostrado ningún amor hacia quienes más lo necesitaban: las víctimas del terrorismo. Y durante cuarenta años, nada menos. ¿El Espíritu Santo ha estado de acuerdo con este comportamiento? Lo digo porque el clero recurre siempre, explícita o implícitamente, a la asistencia del Espíritu Santo como apoyo a todo lo que hace y dice. Si estudiamos ahora este mensaje de amor que se oye en todos los púlpitos, también tendrá algo que decir la razón humana. Lo primero, que hablar de amor sin apenas concreción no compromete lo más mínimo. Sin embargo, en el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, y posiblemente por influencia de Benedicto XVI, se atribuye al amor de Dios tres mandamientos del Decálogo, y al amor al prójimo, los otros siete mandamientos. El amor del que tanto hablan está concretado precisamente en el Decálogo. Todavía más: es el propio Decálogo. Sin embargo, no habrá nadie que pueda oír en los púlpitos hablar de ningún mandamiento. Y la única explicación que encuentra la vulgar razón humana es que resulta menos comprometido predicar el amor en vagos términos que predicar el Decálogo, pues esto último podría chocar con la sociedad a la que se quiere halagar, nunca irritar. El resultado es que no se predica doctrina católica y sí un vago cristianismo a lo J. J. Rousseau. Pero en el País Vasco este mensaje del amor, aparte del motivo señalado, parece obedecer también a otra causa. Para nadie es un secreto que el terrorismo vasco tuvo sus orígenes en medios eclesiásticos, así como que la inmensa mayoría del clero vasco es nacionalista o filo-nacionalista. ¿No es en esta lamentable circunstancia donde habría que buscar el motivo de su frialdad con las víctimas a través de larguísimos años? Pues bien, desde hace ya tiempo, el mensaje habitual del amor está mezclado con llamadas a la reconciliación y al perdón, a un perdón incondicional sin petición previa del mismo. Siempre en términos vagos y generales, sin referirse a nada concreto, pero comprensibles para el oyente medianamente avispado. De nuevo la razón humana se encuentra con una situación contradictoria. Los llamamientos a la reconciliación no se dirigen a los terroristas, sino a la población en general, que es la que ha soportado y soporta a los terroristas. ¿Y por qué esas peticiones de reconciliación a una sociedad que nunca se ha vengado de ningún crimen y nunca se ha tomado la justicia por su mano? De nuevo la implacable lógica humana nos asiste con su respuesta convincente. Se trata de apaciguar los ánimos de las gentes, de desactivar su espíritu justiciero, su indignación moral, para cuando llegue el momento más feliz (en la mente nacionalista) para el problema de la violencia: el acercamiento de los presos al País Vasco y su más rápida excarcelación. Si se consiguiera integrarlos prontamente en la sociedad… ¿qué mayor logro que éste para los nacionalistas? Los curas habrían prestado un servicio muy grande al nacionalismo si consiguieran realizar con eficacia esa labor apaciguadora con vistas a la consecución de ese fin último. He oído ya a varios curas hablar despectivamente sobre la justicia humana en su predicación. No es algo casual. Forma parte de ese aleccionamiento del pueblo para que perdone sin restricciones, olvidándose de castigos que pertenecen a la justicia humana, la cual no tiene nada que ver con la divina, según dicen estos curas. Parece que se olvidan de la doctrina tradicional de que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, por lo que nuestra justicia algún parecido debería tener con la justicia del Señor. Pero no hay que pedir lógica al fanático. Es más, están tan poseídos de sí mismos que transmiten la idea de que en todas sus maniobras les asiste el Espíritu Santo. Algo así como el Genio de Aladino que tenía que secundar todos los deseos de éste. ¿Creerán realmente que el Espíritu Santo refrenda todas sus acciones y posiciones? Al parecer, así es. Desprecian la justicia humana. En buena lógica, deberían despreciar sus propias maniobras, tan típicamente humanas. Y si creyeran en un Dios justo, deberían temer su cólera. Pero prefieren creer en un Dios benévolo y amoroso, obligado a bendecir siempre sus astucias. El Dios justiciero era el de antes, no el de ahora. El de ahora es un Dios ad hoc. Así que no hay por qué preocuparse.

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