sábado, marzo 03, 2007

Garcia Brera, Kerlovy Vary, el sueño del agua

domingo 4 de marzo de 2007
Karlovy Vary, el sueño del agua
Miguel Ángel García Brera
U N ciervo perseguido por el emperador Carlos IV, también rey de Bohemia, se despeñó dando su cuerpo con una fuente termal cuyo alumbramiento decidiría al soberano a fundar allí, en 1350, la ciudad de Karlovy Vary, una especie de pequeño paraíso checo, donde la nieve impone su bello manto varios meses y la primavera alegra, llegado su turno, al pintar de vivos colores vegetales todo el entorno. Acurrucada la ciudad bajo las colinas, atraviesa su parte baja el río Tepla, en cuyas orillas se enfilan, como un majestuoso collar, las elegantes casas renacentistas y barrocas. En los bajos conviven los pequeños restaurantes, los cafés, las tiendas de recuerdos y, muy especialmente, las que venden porcelana, cristal o joyas de romántico diseño. Por esa larga avenida, con el río canalizado dividiéndola, discurren los turistas, atraídos por el sueño del agua y por su efecto curativo, paseando morosamente, deteniéndose en los escaparates, leyendo las placas que, en las fachadas, recuerdan cómo, en el siglo XIX, esta ciudad acogió a los genios de la época en cualquiera de las actividades humanas. Allí estuvieron, entre otros muchos, Goethe – que hasta se dice que tuvo novia en el lugar – Schiller, Beethoven, Chopin, Lizst, Mozart, Dvorak – del que la Orquesta Sinfónica de la ciudad incluyó en el concierto, ofrecido en Octubre de 2006 a la FIJET, y en el auditorio de la Gran Hotel Pupp, la segunda parte de la brillante Sinfonía del Nuevo Mundo – y Paganini, junto a políticos como Metternich, el llamado Genio de la Guerra, y emperadores y reyes, como el Zar Pedro el Grande, la emperatriz Sissi – cuya habitación se conserva y muestra como una reliquia histórica en el citado Gran Hotel Pupp- o, ya en nuestro tiempo, el rey Juan Carlos I., Constante espectáculo comporta el geiser que se eleva 14 metros en el edificio acristalado, donde manan las fuentes termales. El visitante puede beber agua a su antojo, eligiendo la que prefiera, según el gusto o la temperatura con que llega al vaso; algunas de esas aguas, que son de 12 tipos diferentes, surgen desde la entraña de la tierra a 72 grados centígrados. Naturalmente, una serie de quioscos de venta, ofrecen como su objeto más vendido, decorados vasos de porcelana o cristal bohemio, recuerdo de la ciudad y, para el comprador, de su paso por las fuentes y de su consumo del liquido salutífero, que también puede beber a lo largo del agradable paseo por las largas galerías abiertas y adornadas de columnas. Aunque la ciudad es recoleta y recorrerla realmente deseable, también saliendo de ella hacia el Paseo del Molino y trepando a sus distintos miradores hasta la cumbre de la colina, hay que señalar que no se agota en el paseo y en los tratamientos balnearios la posible actividad del visitante. Karlovy Vary ofrece manifestaciones culturales notables, como lo demuestra el disponer de su propia Orquesta Sinfónica, y contar con un Teatro Municipal cuya fachada e interior son muy artísticos y en donde se celebran diversas manifestaciones teatrales y de otro tipo. Por otra parte, son de muy interesante visita la hermosa Catedral de Santa María Magdalena, y el periplo por la iglesia de San Andrés y la ortodoxa de San Pedro y San Pablo, porque llaman la atención sus particularidades. Como la fábrica de cristal Moser –la joya del cristal de Bohemia con objetos singulares, cargados de poesía, gusto y trabajo sobre un material excepcional – no está lejos, se puede llegar hasta allí y contemplar en los hornos cómo los vidrieros soplan y dominan la materia prima fundida. También son interesantes las visitas a los castillos cercanos como el de Mostov o contemplar con cierta tristeza el paso destructor del comunismo como en el impresionante Monasterio de los premostratenses en Teplá, que data del siglo XII, y desde 1950 fue cuartel y campo de concentración y barbarie, hoy devuelto a la orden y en rehabilitación. Volviendo a Karlovy Vaary, aunque ya el rey fundador de la ciudad parece que curó con las aguas descubiertas algunas heridas de guerra, fue en el siglo XVI cuando Fernando I de Habsburgo, hermano de nuestro rey Carlos I, también emperador, encomendó el estudio de las fuentes termales, consiguiendo conocer su valor terapéutico en enfermedades como las de la piel, las digestivas, las hepáticas y otras más. Buscando esos remedios, se acercan hoy muchos visitantes a esta ciudad y a otras cercanas, como Frantiskovy Lazne o la célebre Marienbad, -cuyo nombre checo es Marianske Lazne- de la película francesa de Resnais, allí rodada. Pero lo cierto es que, aparte del efecto de los muchos tratamientos muy acreditados que ofrecen los centros especializados, en los propios hoteles, bastaría disfrutar de unos días por estas tierras dotadas de jardines fantásticos, de preciosos edificios modernistas y de un ambiente decimonónico, tan sereno como para recuperar cualquier problema de salud, y desde luego toda la energía que el diario trabajo y las preocupaciones nos imponen. Y no quiero, al destacar el encanto decimonónico, que no estén al día estas ciudades balneario en cuanto a cultura o deporte se refiere, como lo prueban los Festivales de Chopin y de Mozart y la Semana de Strauss que tienen lugar en Marianske Lazné o el importante Festival de Cine Internacional de Karlovy Vary. Por lo demás, ambas ciudades disponen de campos de golf y facilidades para practicar en cicloturismo, el senderismo, la pesca, la natación y un sin fin de actividades lúdicas. Si, además de disfrutar del ambiente, se bebe moderadamente de la llamada “fuente 13” de Karlovy Vary, que no es otra que la botella de Becherovka, un licor de hierbas con efectos también medicinales –del que me acabo de servir un traguito para mejor trabajar este artículo-, quien lo haga, como yo ahora, se sentirá tocado por la sensación de haber alcanzado el Nirvana.

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