sábado, marzo 03, 2007

Ferrand, Adhesion inquebrantable

domingo 4 de marzo de 2007
Adhesión inquebrantable

Por M. Martín Ferrand
DEL mismo modo que los moritos que venden relojes -«bueno, bonito, barato»-, la vicepresidenta del Gobierno tiende a formar ramilletes verbales para definir la difusa acción del equipo que preside José Luis Rodríguez Zapatero. Así, de un modo tan fofo como redicho, María Teresa Fernández de la Vega, vestida de malva y poder, nos informó de que el Ejecutivo «respeta, asume y afronta» las consecuencias de las rebajas penales en beneficio de José Ignacio de Juana Chaos. Hace bien Zapatero, puestos a no decir nada con fundamento, al expresarse a través de su portavoz -¿portavoza?- porque De la Vega, que ha impostado su voz una octava más baja de lo que le corresponde y habla despacito, como si pensara, ha alcanzado la perfección en el arte del disimulo oratorio. Le pasa, con menos garbo, lo que se decía de Niceto Alcalá Zamora, brillante orador: es capaz de no decir nada durante el tiempo que sea necesario.
Asegurar que el Gobierno comparte «la indignación de los ciudadanos» por la excarcelación fáctica de De Juana tiene más de provocación que de consuelo; pero así es de altanero el lote gubernamental paritario e inútil que, monocorde, se anticipa a las órdenes del líder e interpreta sus pensamientos para tenerlos cumplidos con anticipación. Lo chocante, si se va más allá de la mera contemplación del Gobierno, es que siendo el PSOE un partido histórico, con numerosos afiliados y seguidores, viejos peleadores democráticos y corrientes internas que, en el pasado, marcaron diferencias, no se observa hoy un solo gesto de discrepancia frente a los discutibles planteamientos de Zapatero. Es como si la familia socialista practicara una modalidad laica de culto de latría que, desde Pablo Iglesias a Felipe González, no había disfrutado ninguno de los líderes de la formación.
En el rechazo a la conducta de Zapatero, en lo que se refiere a su obsesivo «proceso de paz» y cuantos episodios lo acompañan, se observan pocas diferencias entre socialistas sin cargo y próximos al PP. El rechazo es unánime; pero, por algún insondable efecto mágico, aquellos contienen su rabia y aplauden, si es necesario, hasta con las orejas. Alguna fuerza secreta hace que podamos volver a utilizar la valoración de «inquebrantable» para definir la adhesión borreguil y partidista a un jefe de Gobierno. El líder que se propone romper el Estado, federarlo o confederarlo -gran abstracción majadera-, consigue de los suyos, de quienes le votaron para lo contrario, un apoyo de difícil explicación. Deben de ser los hechizos verbales de una vicepresidenta, pudibunda ella, capaz de señalar como «bochornosas y obscenas» las declaraciones que sobre el caso ha emitido -tarde y mal, como de costumbre- el partido de la competencia. El ansia de unos y la desgana de los otros nos empuja hacia una suerte de caudillismo sin patria.
M. MARTÍN FERRAND

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