jueves, marzo 08, 2007

Feminismo cursi y demagogo

9-III-2007
Feminismo cursi y demagogo
EDITORIAL

Zapatero condena de boquilla la violencia "de género" pero luego confía el asunto de mayor envergadura de esta legislatura, la negociación con ETA, al socialista vasco Jesús Eguiguren, condenado por maltratar a su esposa.

Cuando un político habla de "amor", lo más recomendable es llevarse inmediatamente la mano a la cartera. Posiblemente no haya nada más característico de las democracias inmaduras y los regímenes populistas que el continuo uso de los sentimientos por parte de los responsables políticos. El Estado es, por definición, el monopolio de la violencia legítima sobre un determinado territorio. Nada más alejado, por tanto, de ese "amor" que Zapatero echa tanto de menos en los populares que el ejercicio de la política. Cuando regulan nuestro comportamiento, al estilo Salgado, o nos cobran impuestos lo hacen mediante la amenaza del uso de la fuerza policial. No es mucho pedir que, al menos, no intenten enmascarar este hecho mediante una maraña de palabras cursi y demagógica de esas con las que el presidente del Gobierno tanto disfruta.
La izquierda populista no sólo no ha abandonado nunca esa perversión de usar los sentimientos como arma política, sino que lo han convertido en su principal argumento. Es la única manera que tienen de defender sus posiciones políticas pues, evaluada éstas con el frío termómetro de la realidad, no superan la prueba. En el ámbito de la mujer, trabajadora o no, las medidas de este Gobierno han resultado ser inútiles, cuando no contraproducentes.
Si a los hechos nos remitimos, la tan cacareada ley contra la violencia de género, que debía reducir brutalmente el número de agresiones y asesinatos cometidos por hombres contra sus parejas femeninas, ha sido lo que sus críticos augurábamos que sería: un completo fiasco. El número de mujeres asesinadas ha crecido, aunque no a la misma velocidad que las denuncias falsas, incentivadas por un engendro legal que destruye de un plumazo uno de los principios más básicos del Estado de Derecho, la igualdad de todos ante la ley.
No tendrá mucho mejor futuro la llamada ley de igualdad recientemente aprobada en el Senado, que impone la paridad en las listas electorales y pone un plazo de ocho años para que los consejos de administración de las empresas tengan un 40% de mujeres. Que la paridad entre hombres y mujeres no es una buena idea lo demuestra el mismo Ejecutivo de Zapatero, repleto de ministras incompetentes y con un porcentaje bien escaso de féminas en los escalones inmediatamente inferiores en la jerarquía. Las mujeres que acaben beneficiándose de esta norma, incluso las que hubieran podido acceder a esos puestos por sus propios méritos, serán miradas con sospecha y desdén, y su posición asignada a una obligación legal, jamás a sus capacidades.
Además, la retórica feminista suele estar acompañada, con notable frecuencia, de una completa hipocresía de quienes defienden a "la mujer" en abstracto mientras perjudican a mujeres de carne y hueso. Lo acabamos de ver con el caso de Anton Losada, ardiente defensor de campañas a favor del reconocimiento del trabajo en el hogar mientras su antigua asistenta lo denuncia por haber servido en su casa durante ocho años sin Seguridad Social para verse despedida en cuanto le pidió un aumento. Es la misma hipocresía que padece el "justiciero de las mujeres", que de boquilla condena la violencia "de género" con la mayor de las energías pero luego confía el asunto de mayor envergadura de esta legislatura, la negociación con ETA, al socialista vasco Jesús Eguiguren, condenado por maltratar a su esposa. Según la sentencia, "golpeó a su mujer con manos, paraguas y un zapato". No se sabe de ninguna feminista de cuota que haya exigido su expulsión del partido socialista.

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