miércoles, marzo 07, 2007

Dario Valcarcel, Artur Sxhlesinger JR, 1917-2007

jueves 8 de marzo de 2007
Arthur Schlesinger JR., 1917-2007

AUNQUE haya una administración federal, no hay una sociedad americana, es obvio. Desde Nueva York a Los Ángeles hay probablemente mil. El historiador Arthur Schlesinger Jr. ha muerto a los 89 años en Nueva York. Un alto funcionario, Lewis Scooter Lybby, ha sido declarado culpable anteayer: obstrucción a la justicia, perjurio y falso testimonio. Libby, segundo del vicepresidente Cheney, puede ser condenado a 20 años de cárcel: en 2003 manipuló y mintió en sus informes sobre las inexistentes armas de destrucción masiva de Irak. Schlesinger y Libby son dos Américas.
El mundo moderno, dominado por la comunicación instantánea, no puede avanzar, está demostrado, sin un punto de prestigio moral en el poder supremo. La otra bisagra es el mecanismo asegurador de la transmisión del saber, concentrado en centros de investigación, universidades, empresas, laboratorios... A este último campo pertenecía Schlesinger. La primera condición, la naturaleza moral del poder, es la gran cuestión previa ante el líder que llega. Quien ejerce ese liderazgo puede tomar decisiones terribles: Churchill las tomó, como De Gaulle o Truman. Pero no eran canallas, sino enemigos de los canallas.
Hablamos largamente con Schlesinger a lo largo de veintitantos encuentros en Nueva York, Washington, Madrid, París... Era un hombre del noroeste, refinado, conquistador nato, decidido a quedarse con su interlocutor, fuera mujer, hombre, perro o auditorio colectivo. Ganador de dos premios Pulitzer, autor de veinte obras básicas sobre América en el siglo XX, sobre Franklin D. Roosevelt y John F. Kennedy. Su último estudio, de 2004, se titulaba La Guerra y la Presidencia Americana. Desde el primer momento reaccionó con acuidad ante la invasión de Irak, «que acabará hundiendo a Bush y traerá un proceso grave para América». No escribiremos hoy sobre su pasión por el martini, sólo uno, con hielo a 35 grados bajo cero; ni sobre sus bien cortadas camisas. Hombre de no gran talla, era un gigante del conocimiento, nacido de padre y madre historiadores, heredero de la tricentenaria tradición de Harvard, profesor de Humanidades en la universidad de la ciudad de Nueva York, alérgico al radicalismo desaseado, pero nunca dispuesto a tragar las ruedas de molino de la derecha autoritaria.
La última vez que desayunamos juntos en Nueva York, gritaba rojo de ira: «¿Se ha dado cuenta? No tiene pudor... ¡Empieza cada reunión de secretarios en la Casa Blanca con una oración! ¡Se recoge en público, qué vergüenza!». Y no es que Schlesinger, metodista, se inclinara hacia el agnosticismo. Pero creía que una base de América era la interiorización de las creencias, clave en el arco de su país. Sabía que la intromisión de la (baja) política en la (degradada) religión (y a la inversa) alimentaba los crímenes de chiíes contra suníes (y de nuevo a la inversa) como habían llevado al Ku Klux Klan. La independencia entre credo religioso y norma política ha hecho escribir a otro historiador, Hugh Thomas, sobre la maravillosa victoria de los occidentales en la Guerra Fría. Posiblemente animados por la libertad de mantener su creencia, los europeos y norteamericanos han defendido la laicidad del Estado. Laicidad no significa que el Estado abogue por la indiferencia religiosa. Consiste en aceptar que un Estado no debe promover un credo determinado. El Estado debe garantizar a cada creencia su derecho a existir en medio del respeto general.
Desde Berlín, un lector, Carsten von Nahmen, escribía al Herald Tribune el 5 de marzo: no se trata de que América pueda perder la guerra en Irak, lo grave es la quiebra moral de la política exterior del presidente Bush, del vicepresidente Cheney y de sus colaboradores. Las mentiras, medias verdades y ambigüedades utilizadas para meter a Estados Unidos en una guerra ilegal junto a la catastrófica conducción de la lucha contra el terror islámico han destruido la reputación de Estados Unidos como dirigente moral en el mundo. Fin de la cita. El prestigio de América podrá reconstruirse, pero será un largo y difícil camino. Lo que los Schlesinger levantaban en sus cátedras cada día era destruido a veces por los Libby en la oscuridad de la noche.
DARÍO
VALCÁRCEL

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