sabado 17 de marzo de 2007
Continúa la amenaza
La nueva remesa de cartas de extorsión con la que ETA trata de llenar sus arcas para prolongar su existencia criminal es la constatación de que la banda terrorista se encuentra muy lejos de asumir que la sociedad demanda, sencillamente, su desaparición. Si el llamado 'impuesto revolucionario' ha sido, desde su aparición como mecanismo de coacción y recaudación dirigido contra un círculo creciente de empresarios y profesionales, una muestra más de la vileza terrorista, la variante pretendidamente edulcorada con la que ETA se dirige desde hace un año a esos mismos sectores, invitándoles a 'participar en la construcción del futuro', expresa el más macabro de los cinismos. Sobre todo cuando es lógico concluir que esta nueva oleada de misivas trata de aprovecharse de la intranquilidad generada en la ciudadanía con la ruptura de su propio alto el fuego por parte de ETA. Si el asesinato de los dos jóvenes ecuatorianos en la T-4 acabó con el tan prematuramente denominado 'proceso de paz', la persistencia de la violencia callejera y la aparición de estas recientes cartas de extorsión componen un cuadro que obliga al Gobierno y a los demás poderes del Estado de Derecho a redoblar los esfuerzos para impedir que la banda terrorista se recupere de su debilidad. Pero, junto a ese ineludible quehacer, las instituciones han de tomar buena nota de lo que significa la obstinación de ETA por perpetuarse. Su pretensión de recaudar fondos y procurar bajo amenaza la complicidad forzada de aquéllos a los que trata de extorsionar es la demostración de su negativa a admitir que se le ha acabado el tiempo; que la sociedad no espera otra cosa que su disolución. Y que mientras ésta no se produzca de manera fehaciente, todo lo que haga provocará dolor e indignación, y nada de lo que diga podrá engañar a una opinión pública escarmentada de las tretas del terror.
sábado, marzo 17, 2007
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