domingo, marzo 11, 2007

Carlos Luis Rodriguez, Vestida para multar

lunes 12 de marzo de 2007

CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Vestida para multar
Si las cuentas no fallan, cuarenta y una denuncias sobre doscientos diez casos vienen a ser algo menos del veinte por ciento. O sea, que un mayoritario ochenta por ciento de estafados optó por seguir la ley del silencio, pagar el diezmo impuesto por la inmobiliaria y resignarse. En su interior se habrán rebelado contra el abuso, pero al final pudo más la convicción de que poco cambió desde los tiempos en que los gallegos iban sumisos a pagar el foro.
Quién sabe si en eso que llaman subconsciente colectivo no habrá quedado marcado el recuerdo de aquella oprobiosa servidumbre agraria que uncía al campesino a un rentista feudal. Gracias a luchadores como el cura Basilio Álvarez, se logra, en la tardía fecha de 1926, la redención definitiva. Sin embargo, puede que la huella persista en pleno siglo XXI, y haga que doscientas y pico víctimas de una estafa manifiesta a cuenta de sus viviendas protegidas se callen por si acaso, no vaya a ser peor.
Para ellas, fue más fuerte el temor a la promotora desaprensiva que la confianza en las instituciones. Sus viviendas estaban protegidas, pero ellos se sintieron desprotegidos. Además de esa reminiscencia servil, también habrá influido la propia experiencia actual. Ellos forman parte del ejército de los perdedores, mientras que el poder, político o económico, siempre termina por entenderse entre sí. ¿Por que no aceptar de antemano la derrota, en vez de alzar la voz como ese iluso veinte por ciento de vecinos que se cree que esto ha cambiado y que la conselleira de Vivenda está de su lado?
En torno a la viviendas del barrio vigués de Navia se produce un pulso parecido al que don Basilio tenía con los caciques de su tiempo. Los campesinos creyeron en él y ganaron. No llegarían entonces ni al veinte por ciento; la mayoría vería en el flamígero sacerdote un loco, un pobre agitador que pasaría como una estrella fugaz.
Doscientos diez propietarios de Navia pensaron lo mismo de Teresa Táboas. Incluso cuando ella anunció la investigación, habrán mirado con pena al vecino crédulo al cruzárselo en la escalera. Ya verás como al final ganan los mismos. Todo quedará en nada, todo se archivará y los estafadores seguirán trabajando con la administración como si nada. ¡Pobre iluso!
Pues el final previsto se ha torcido. Ganan los buenos, y los malos, sorprendidos, se encuentran con una de las multas más cuantiosas impuestas en España. Es de suponer que habrán utilizado sus recursos, influencias y presiones para doblegar a la conselleira de ademanes dulces y verbo delicado, pero se han topado con una administración que está de parte del ciudadano que depositó en ella su confianza y sus impuestos.
Sería un error ver en este episodio algo estrictamente inmobiliario porque es mucho más que eso. Lo demuestra el marcador inicial que oponía un ochenta por ciento de resignados, a un escueto veinte por ciento de personas que creía vivir en un Estado y una Autonomía de derecho, en la que un vecino con razón es más fuerte que unas poderosas inmobiliarias sin ella.
Esa mayoría que se sentía derrotada antes de luchar pensaba que el épico final de la Ley del silencio, con ese Marlon Brando maltrecho, pero triunfante frente al mal, sólo podía darse en las películas. Lo sucedido prueba que también puede ocurrir en la realidad. Basta con que el político de dulces ademanes sea el instrumento de la gente sencilla, y no una pala para tapar escándalos. Lo de Navia no será llevado al cine, pero quedará como un precedente inolvidable.

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