sábado, marzo 03, 2007

Alejandro Diz, Antigona frente al chantaje terrorista

sabado 3 de marzo de 2007
Antígona frente al chantaje terrorista

Por Alejandro Diz
Uno de los problemas recurrentes en la historia de la humanidad es el del conflicto que, en determinadas circunstancias, se plantea, tanto a nivel individual como colectivo, entre un deber impuesto por una ley humana o por un Gobierno concreto, y otro deber impuesto por la propia conciencia o, según otros, por la ley natural. Como es sabido, el ejemplo paradigmático de esta controversia en el teatro griego clásico es la «Antígona» de Sófocles, donde el dramático personaje hace lo que le dicta su conciencia, enterrar a su hermano, frente a la prohibición de hacerlo por orden de su tío, el rey Creonte. Antígona hace lo que debía hacer. Sin embargo, en la versión moderna de Anouilh se la presenta como una personalidad rígida, incapaz de admitir el mundo real, de transigir, de llegar a componendas.
En España, desde hace ya tiempo y de manera intensa en los últimos días con la cesión por parte del Gobierno al chantaje planteado por el terrorismo etarra, y de manera particular por el maligno personaje De Juana Chaos, se está obligando a la sociedad a situarse en parámetros parecidos a los de la controversia del drama clásico. Especialmente dramática es la situación a la que se puede estar arrinconando a las víctimas del terrorismo, a las que quizá se está forzando a convertirse en modernas antígonas, encarándolas con un dilema ante el cual hasta ahora no habían tenido que enfrentarse porque confiaban y tenían puestas sus esperanzas en la justicia y en el disfrute de la libertad que les debe asegurar el Estado democrático.
Porque lo que hay de salto cualitativo en este último acontecimiento es que, por primera vez en la historia de la democracia española, el Gobierno de la Nación ha cedido al chantaje explícitamente planteado por la banda terrorista, con lo que ese Gobierno, y por ósmosis el Estado de Derecho en general, queda hipotecado y contaminado seriamente, perdiendo espacios de su libertad y fuerza democrática, al haber hecho cesión de su legítimo monopolio de la fuerza. Porque, como señaló Max Weber, el Estado es «la única fuente del derecho a la violencia», y lo específico de nuestro tiempo «es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite». Lo perverso de las concesiones al chantaje planteado por ETA es que nuestro Estado ha concedido ese «derecho», aunque sea implícitamente, a una organización terrorista.
Hay, además, algo serio y dramático: con la cesión ante este chantaje se sustrae validez y justificación moral al sacrificio que desde hace décadas viene haciendo la sociedad española ante el sanguinario terrorismo vasco, y de manera particular las víctimas y allegados de los asesinados, que prácticamente nunca han tenido la tentación de tomarse la justicia por su mano. A partir de ahora, no podría extrañar que en los tímpanos del Gobierno de turno resonasen interrogantes como ¿por qué razón democrática murió Miguel Ángel Blanco?, ¿por qué no se ahorró a Ortega Lara de sus inhumanos meses de secuestro?, ¿por qué han muerto casi mil personas precisamente por no ceder ante las pretensiones del terrorismo nacionalista?
Con esta cesión ante ETA, con las voces de bienvenida con las que sus compinches recibieron a De Juana Chaos, gran parte de la sociedad española está oyendo con más intensidad en estos días el «susurro del territorio salvaje» con el que nos ponía en alerta y nos estremecía Joseph Conrad, porque, como señala Safranski, el mensaje del «territorio salvaje» es: «¡haz lo que quieras, no tendrá significación alguna!».
En las cesiones que está haciendo el Gobierno ante tantas pretensiones del entorno terrorista hay, además, una peligrosa incapacidad de conocer la naturaleza del terrorismo y la psicología de los terroristas, porque la historia es contundente al respecto en cuanto que cualquier cesión que se les haga la toman como signo de debilidad y porque, como decía Primo Levi de los nazis, poseen un satánico conocimiento de la humanidad para aprovechar sus debilidades. En su análisis de la situación y de los propósitos del terrorismo etarra, muchos de nuestros gobernantes actuales parecen clones del prototipo que ha analizado Harry G. Frankfurt en su pequeño ensayo sobre la charlatanería: «El charlatán crea falsificaciones. No le importa si las cosas que dice describen correctamente la realidad. Simplemente las extrae de aquí y de allá o las manipula para que se adapten a sus fines».
Sin caer en la tentación de visiones apocalípticas, tal vez estemos en uno de esos tiempos en que es necesario articular y elaborar las preguntas que, como señalara Hannah Arendt para evitar la «banalidad del mal», fueron las que marcaron a su generación frente al origen y génesis del totalitarismo: «¿Qué ha sucedido? ¿Por qué ha sucedido? ¿Cómo ha podido suceder?». ¿Cómo ha podido suceder que Josu Ternera, uno de los máximos jefes de una banda terrorista, fuese miembro de la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco? ¿Cómo ha podido suceder que durante años y años se tuviera que enterrar casi a escondidas a las víctimas del terrorismo etarra? ¿Cómo ha podido suceder que a asesinos convictos se les tributasen honores de héroes en plazas y edificios públicos? ¿Cómo fue posible que se cediese al chantaje de un sanguinario asesino en serie que se enorgullecía de reírse del dolor de unos niños por el asesinato de sus padres?
Por eso, un peligro que ahora existe para el conjunto de la sociedad española es el que se pierda el nervio democrático, la fibra ética, y nos acostumbremos mansa y cobardemente al terror y a las cesiones ante el terror. Ojalá no se tenga que escribir actualmente en nuestro país lo que escribía L. Shaporina, fundadora del Teatro de Marionetas de Leningrado, en la Rusia soviética de 1937, cuyo testimonio ha recogido Martin Amis: «La náusea me sube por la garganta cuando oigo decir a la gente con toda tranquilidad: Lo han fusilado, han fusilado a otro, fusilado, fusilado. La gente pronuncia las palabras con toda tranquilidad, como si se estuviera diciendo: «Ha ido al teatro». »
Cuando ante la reacción de las víctimas del terrorismo por la cesión al chantaje etarra se las está ninguneando y vituperando; cuando también se malinterpreta y calumnia a las miles y miles de personas que están mostrando su coraje cívico, hay que decir que es la hora en que hay que conjugar el Memento de difuntos y el Memento de vivos; el recuerdo de los que fueron asesinados por la libertad y la democracia, y la reflexión de los vivos en el sentido de que, como apuntó Weber, «lo que una generación quiso libremente se transforma para la generación siguiente en un destino inexorable».
Alejandro Diz_ Profesor de Historia de las Ideas. Universidad Rey Juan Carlos

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